En la Argentina de hoy, hablar de deudas ya no es una excepción: es una realidad que atraviesa a miles de familias, trabajadores, jubilados y jóvenes. Tarifas que suben, ingresos que no siempre acompañan y una economía que exige malabares constantes hacen que, muchas veces, la preocupación por llegar a fin de mes se transforme en angustia permanente. Pero en medio de ese escenario, hay una verdad que no puede pasarse por alto: ninguna deuda vale más que la salud mental y física de una persona.
Poner el cuerpo y la cabeza en primer lugar
El estrés financiero sostenido puede provocar insomnio, ansiedad, problemas digestivos, contracturas, irritabilidad e incluso cuadros depresivos. Cuando las cuentas se acumulan, el cuerpo suele ser el primero en pasar factura. Por eso, el primer paso no es hacer números, sino frenar, respirar y entender que no todo se resuelve de un día para el otro. Dormir mejor, alimentarse de la manera más ordenada posible, moverse aunque sea unos minutos al día y hablar de lo que pasa con alguien de confianza no son lujos: son herramientas de supervivencia emocional.
Ordenar no es pagar todo, es priorizar
Uno de los errores más comunes es creer que hay que pagar todo ya. En contextos difíciles, ordenar no significa cumplir con cada obligación inmediatamente, sino establecer prioridades. Primero lo esencial: vivienda, alimentos, medicamentos, transporte para trabajar. Luego, el resto. Muchas deudas financieras pueden esperar, renegociarse o reestructurarse. Las personas no son morosas: están atravesando una crisis. Anotar ingresos y gastos reales —sin culpas ni autoengaños— ayuda a recuperar una sensación de control. No para castigarse, sino para decidir con mayor claridad.
Hablar, negociar, no esconderse
El miedo suele empujar al silencio, pero hablar suele abrir más puertas que esconderse. Bancos, comercios, cooperativas y hasta prestamistas formales suelen ofrecer planes de pago, quitas o refinanciaciones cuando hay voluntad de diálogo. Pedir tiempo no es fracasar. Es una forma de cuidarse y ganar aire.
No estás solo, aunque lo parezca
La deuda suele venir acompañada de vergüenza, como si fuera un problema individual. No lo es. Es un fenómeno colectivo, producto de una realidad económica compleja. Compartir la situación con familia, amigos o grupos de apoyo puede aliviar más de lo que parece. Y si la angustia se vuelve inmanejable, pedir ayuda profesional es un acto de fortaleza, no de debilidad. La salud mental también es parte de la economía cotidiana.
Mirar más allá del número
Las deudas se pueden pagar, renegociar o incluso caer. La salud perdida cuesta mucho más recuperarla. Ninguna boleta, resumen o vencimiento define el valor de una persona. Atravesar una etapa de endeudamiento no es el final del camino. Es una transición, un momento difícil que —con apoyo, paciencia y cuidado personal— puede superarse. Porque en tiempos complejos, cuidarse es también una forma de resistencia.












