Hay pensamientos que atraviesan los siglos y siguen resonando con la misma fuerza. “La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar.” No hay fórmula más sencilla ni más cierta para entender lo que realmente nos sostiene. En esas tres verdades —acción, afecto y esperanza— se esconde la esencia del bienestar humano.
1. Algo que hacer: el movimiento del alma
Tener algo que hacer no significa llenar el día de tareas, sino encontrar una causa que nos despierte. Puede ser un trabajo, un oficio, un proyecto o incluso una responsabilidad pequeña pero significativa.
El “hacer” nos salva del vacío y del desánimo. Es la manera en que le decimos al tiempo: estoy vivo, y mi vida importa. A través de la acción nos conectamos con la realidad, con los demás y con nosotros mismos.
El que tiene algo que hacer encuentra sentido incluso en los días grises. Porque la ocupación con propósito —no la obligación vacía— da forma a la existencia. Un jardín cuidado, un texto escrito, una mesa compartida o una mano tendida: cada gesto es un acto de creación que nos aleja del abismo de la indiferencia.
2. Alguien a quien amar: la raíz de toda plenitud
Amar es la experiencia más humana y más divina al mismo tiempo. No hay dicha posible sin amor, porque el amor nos conecta con la vulnerabilidad, con la entrega y con la trascendencia.
Amar no es poseer, sino cuidar. No es exigir, sino comprender. Es reconocer en otro ser humano (o en un animal, un amigo, un hijo) un motivo para dar lo mejor de nosotros.
El amor es también un espejo. A través del otro descubrimos lo que somos, lo que podemos ser y, a veces, lo que todavía nos falta. Nos enseña paciencia, perdón y humildad. Y nos demuestra que la verdadera riqueza de la vida no se mide en logros, sino en vínculos.
3. Alguna cosa que esperar: la llama que no se apaga
Esperar algo —por pequeño que sea— es tener el corazón encendido.
La esperanza es el hilo invisible que une el presente con el futuro. Es lo que nos permite atravesar los días difíciles sabiendo que hay algo más allá del cansancio o la tristeza.
Cuando se pierde la esperanza, todo se detiene. Pero mientras exista un sueño, una ilusión o una simple expectativa, la vida mantiene su pulso.
Esperar es, en cierto modo, un acto de fe: creer que el mañana puede traer una sorpresa, una solución o una sonrisa nueva.
4. El equilibrio perfecto
Estas tres fuerzas —hacer, amar y esperar— son los ejes sobre los que gira una vida con sentido.
Quien solo hace, sin amar ni esperar, termina agotado.
Quien solo ama, sin hacer ni esperar, puede perderse en la dependencia.
Y quien solo espera, sin actuar ni amar, se queda quieto en la ilusión.
La verdadera dicha está en el equilibrio. En trabajar por lo que amamos, en amar mientras hacemos, y en esperar sin perder la acción ni el afecto.
5. La dicha como elección cotidiana
No hay un punto final en esta búsqueda. La dicha no llega de golpe: se construye todos los días, con decisiones simples y gestos humanos.
El desafío está en no dejar que la rutina o el desencanto nos roben estas tres fuentes de energía.
Porque cuando la vida parece vacía, basta preguntarse:
¿qué estoy haciendo?, ¿a quién estoy amando?, ¿qué estoy esperando?
Si alguna de esas tres respuestas sigue viva, entonces la dicha también lo está.
Finalmente …
La felicidad no siempre se encuentra en los grandes logros, sino en los pequeños equilibrios.
En tener una tarea que nos entusiasme, un amor que nos abrace y una esperanza que nos impulse.
Mientras tengamos algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar, la vida seguirá teniendo sentido.
Y esa, tal vez, sea la definición más hermosa y completa de la dicha.
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