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A 42 años del inicio de una de las experiencias religiosas más grandes del país

San Nicolás de los Arroyos – En septiembre de 1983, una mujer de esta ciudad bonaerense vivió lo que sería el inicio de uno de los fenómenos religiosos más significativos de las últimas décadas en Argentina. En silencio, dentro de su casa, comenzó a experimentar algo que marcaría para siempre su vida y la de millones de peregrinos: la aparición de la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario.

Lo que comenzó como una experiencia personal, reservada al ámbito íntimo, pronto se convirtió en un llamado colectivo. Según su testimonio, la Virgen le transmitió un mensaje claro: deseaba estar presente “en la ribera del Paraná”. Aquella frase se convertiría en la piedra fundacional de un santuario que hoy es visitado por más de un millón y medio de personas cada año.

La historia de una mujer común, tocada por lo extraordinario

La protagonista era una madre de familia, sencilla, sin formación teológica, pero profundamente devota. Durante varias semanas, comenzó a recibir mensajes espirituales que se repetirían con frecuencia, en los que se le pedía oración, penitencia y fe, además de transmitir advertencias para la humanidad y un urgente llamado a la conversión.

Entre los pedidos más concretos, se destacó uno: construir un templo. No en cualquier lugar, sino en un sitio específico, a orillas del río Paraná. Aquel espacio, conocido por entonces como “el campito”, era apenas un terreno baldío en las afueras de la ciudad. Pero con el tiempo, se transformaría en un centro de espiritualidad a nivel continental.

Nace un santuario impulsado por la fe popular

Lo que parecía imposible se volvió realidad gracias a una avalancha de devoción. Las donaciones comenzaron a llegar desde distintos puntos del país, tanto de fieles anónimos como de pequeñas comunidades. La construcción del templo comenzó formalmente en 1987 y fue avanzando por etapas. Aunque aún no está completamente terminado, su majestuosidad ya se impone sobre el paisaje nicoleño.

En el corazón del santuario se encuentra la imagen de la Virgen del Rosario de San Nicolás, una talla bendecida que reproduce la figura que la mujer decía ver en sus visiones. Con el Niño Jesús en brazos y un rosario colgando de sus manos, esta Virgen se convirtió en símbolo de esperanza y consuelo para miles.

El fervor que no se detiene

Cada 25 de septiembre, la ciudad se transforma. Multitudes llegan desde distintos rincones del país —y también del exterior— para agradecer, pedir o simplemente estar presentes en una jornada marcada por la fe. En algunos aniversarios, la convocatoria ha superado las 500.000 personas, convirtiendo a San Nicolás en un epicentro espiritual de enorme magnitud.

El santuario permanece abierto todo el año, y las estadísticas reflejan un flujo constante de visitantes. Las misas, confesiones, procesiones y encuentros de oración marcan la vida diaria del lugar. Más allá del turismo religioso, lo que se respira allí es un ambiente de recogimiento, silencio interior y búsqueda espiritual.

Reconocimiento e impacto

Con el paso del tiempo, el fenómeno fue recibiendo mayor aceptación, tanto por parte de la comunidad como de la Iglesia. Aunque el proceso de análisis de apariciones marianas suele ser lento y prudente, el reconocimiento eclesiástico llegó, otorgando respaldo a la veracidad de los mensajes recibidos.

Más allá de lo estrictamente religioso, el Santuario también ha tenido un impacto social. Dinamizó la economía local, generó empleos y fortaleció el perfil turístico de la ciudad. También impulsó una cultura de solidaridad entre los fieles, que colaboran en obras, campañas de ayuda y proyectos comunitarios.

Un legado que sigue creciendo

A 42 años del primer mensaje, el Santuario de San Nicolás es mucho más que un edificio o una historia de apariciones. Es un testimonio vivo de cómo la fe, cuando se arraiga en el corazón de la gente, puede mover montañas, transformar paisajes y dar sentido a la vida de millones. Cada vela encendida, cada oración murmurada, cada peregrino que llega caminando kilómetros con una promesa en el alma, es parte de este milagro que sigue escribiéndose, día a día, a orillas del Paraná.

Sus comienzos en nuestra ciudad

De acuerdo a referencias, en el año 1987 una señora de Villa Belgrano fue a verlo al Padre Montero con la idea de traer una imagen a Coronel Suárez. Así varias personas se reunieron con la misma intención. Un vecino de apellido Ditzel donó el terreno donde se iba hacer la Gruta y en el año 1989 se puso la piedra fundamental. En el año 1994 se pudo ir a buscar la Virgen y traerla. Hubo una linda ceremonia, con muchísima gente. Llegó primero a la Capilla de Villa Belgrano, hasta que se terminó de construir la Gruta, y el 25 de septiembre se la entronizó en el lugar donde está actualmente.

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