Cada 17 de agosto, la memoria colectiva de los argentinos se une para rendir homenaje al Padre de la Patria: el general José de San Martín. Su figura trasciende los libros de historia y las fechas patrias; es un símbolo vivo de unidad, libertad y visión de futuro. San Martín no fue solo un brillante estratega militar, sino también un hombre de ideas claras y principios firmes.
Supo comprender que la independencia de las Provincias Unidas no podía sostenerse sin la libertad de los pueblos hermanos. Por eso, su proyecto abarcó a toda la región: liberar a Chile y luego al Perú fue parte de un plan continental que buscaba romper con siglos de dominación colonial. El cruce de los Andes, considerado una de las hazañas militares más extraordinarias de la historia, es prueba de su audacia y de su fe inquebrantable en un ideal.
Sin embargo, su legado no se reduce a las victorias en Chacabuco, Maipú o en la campaña libertadora del Perú. San Martín encarna valores que hoy siguen vigentes y necesarios: la humildad, la integridad y la capacidad de poner el bien común por encima del interés personal. Su renuncia al poder y su decisión de exiliarse en Europa para evitar enfrentamientos internos hablan de un hombre que comprendió que la verdadera grandeza se mide en gestos de desprendimiento.
El Libertador también nos legó pensamientos sobre la educación, la organización de la sociedad y la importancia de la moral pública. Sus máximas a su hija Mercedes revelan un profundo compromiso con la honestidad, la justicia y la libertad, principios que no se limitaban a un campo de batalla, sino que aspiraban a forjar ciudadanos responsables y comprometidos con su patria.
A 175 años de su paso a la inmortalidad, San Martín nos interpela más que nunca. En un presente cargado de dificultades económicas y tensiones sociales, su figura nos recuerda que ninguna Nación se construye desde la división ni desde la resignación. La unión, el esfuerzo colectivo y la confianza en un proyecto común son las bases que él mismo defendió y que aún debemos aprender a consolidar.
Su imagen permanece en monumentos, plazas y escuelas de todo el país. Pero su verdadera herencia no está en el bronce ni en el mármol, sino en la posibilidad de que cada generación de argentinos lo tome como referencia. Volver a San Martín es recuperar el valor del sacrificio, la honestidad en el ejercicio del poder y la esperanza en una patria más justa y soberana.
El 17 de agosto no es solo un recordatorio histórico. Es una cita con nuestra identidad, un llamado a mirar hacia atrás para inspirarnos en el presente y proyectarnos hacia el futuro. Porque el legado de San Martín no envejece: sigue siendo el faro que guía el camino de los argentinos hacia una Nación más unida, libre y solidaria.
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