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El Gobierno se burla de la gente: ¿el Salario Mínimo, Vital y Móvil a $317.800?

En un acto que roza el cinismo, el Gobierno nacional oficializó este jueves el aumento del Salario Mínimo, Vital y Móvil (SMVM) llevándolo a $317.800 a partir del 1° de julio. Una cifra que, en el contexto económico actual, no solo resulta insuficiente, sino directamente insultante para millones de argentinos que día tras día luchan por sobrevivir en un país donde la canasta básica total ya supera los $800.000 para una familia tipo.

Este ajuste, que fue impuesto por decreto tras el fracaso de las negociaciones con la CGT y las CTA, parece más una maniobra de maquillaje político que una verdadera solución para los sectores más golpeados por la crisis. ¿Quién puede vivir en Argentina hoy con $317.800? ¿Cómo se paga el alquiler, la comida, el transporte, la luz, el gas, los medicamentos, los útiles escolares? La respuesta es simple y brutal: no se puede.

Mientras tanto, desde los despachos oficiales repiten discursos vacíos sobre “reactivación” y “orden fiscal”, pero la realidad es que se ha institucionalizado la pobreza. Este salario mínimo es un certificado oficial de precariedad. Es un límite simbólico, funcional a las estadísticas, que no tiene ningún anclaje con la realidad del costo de vida.

Lo más perverso del anuncio es el término “Vital y Móvil”, que sigue incrustado en la normativa como una ironía cruel. Porque ni es vital —no garantiza una vida digna—, ni es móvil —porque se actualiza a destiempo, por debajo de la inflación y sin reflejar las urgencias sociales—. Es apenas una cifra decorativa en papeles oficiales, sin poder adquisitivo, sin dignidad.

En barrios populares, en zonas rurales, en ciudades medianas o grandes, el panorama es el mismo: comedores colapsados, changas que desaparecen, trabajadores registrados que no llegan a fin de mes, jubilados que eligen entre comer o comprar remedios. En este escenario, oficializar $317.800 como salario mínimo es una forma sofisticada de violencia institucional.

Con la inflación acumulada en lo que va del año y la proyección para el segundo semestre, este aumento no solo es tardío, sino regresivo. Deja atrás, una vez más, a quienes menos tienen, a quienes más necesitan, a quienes no tienen voz en las mesas del poder.

¿Hasta cuándo se puede sostener esta estafa social? ¿Hasta cuándo se puede exprimir al pueblo trabajador con el verso de la “austeridad”? ¿Cuánto más puede soportar una sociedad empobrecida, fragmentada y anestesiada por la resignación?

Lo que queda claro es que el salario mínimo en la Argentina actual es una ficción cruel, una broma de mal gusto, una medida oficial que no mide nada real, salvo el nivel de desconexión del Gobierno con la vida cotidiana de los argentinos. Y eso, también, es una forma de abandono.

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