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¿Cómo les fue a los oficialismos argentinos tras la prisión de líderes opositores?

¿Cómo les fue a los oficialismos argentinos tras la prisión o proscripción de líderes opositores? Un recorrido histórico con eco en la condena a Cristina Kirchner. La política argentina tiene una dinámica cíclica, intensa y muchas veces conflictiva. Las confrontaciones entre oficialismos y oposiciones no sólo se libran en el plano electoral o legislativo, sino también en el terreno judicial.

La reciente confirmación de la condena a seis años de prisión con régimen domiciliario para Cristina Fernández de Kirchner —dictada por el Tribunal Oral Federal N°2 y ratificada por la Corte Suprema— volvió a colocar a la Argentina ante una pregunta de alto voltaje histórico y político: ¿sirve, realmente, al poder de turno judicializar o encarcelar a sus principales adversarios?

Cristina, expresidenta, actual líder del peronismo kirchnerista e inhabilitada para ejercer cargos públicos, cumple arresto domiciliario tras la condena por administración fraudulenta de fondos del Estado en la causa “Vialidad”. En paralelo, el peronismo ha salido a la calle en su defensa, denunciando una “proscripción moderna”, mientras el oficialismo libertario celebra lo que considera un acto de “restauración moral”.

Pero la historia argentina advierte que los intentos por encarcelar, proscribir o eliminar políticamente a figuras populares suelen tener efectos búmeran. Veamos algunos de los casos más significativos.

1955–1973: Perón, la proscripción y el mito de la resistencia

Tras el golpe militar de septiembre de 1955 que derrocó a Juan Domingo Perón, los gobiernos de facto iniciaron una brutal campaña para borrar al peronismo de la vida institucional. Se prohibió su nombre, sus símbolos, sus canciones. El partido fue proscripto, miles de militantes detenidos, y los sindicatos intervenidos. Perón se exilió en Paraguay, luego en Panamá, Venezuela y finalmente en España.

Sin embargo, lo que parecía una operación de “desperonización” se convirtió en una fábrica de militancia. En las unidades básicas clandestinas, en las fábricas y en los barrios, la “resistencia peronista” alimentó un mito que sobrevivió 18 años. Durante casi dos décadas, el movimiento no sólo resistió, sino que creció. Y cuando se abrieron las urnas en 1973, Perón arrasó: volvió con el 62% de los votos. La represión no lo debilitó, lo fortaleció.

1981: Isabel Perón y la dictadura sin rumbo

En 1981, ya en pleno declive del régimen militar, el gobierno de facto detuvo a María Estela Martínez de Perón (Isabelita), ex presidenta y última heredera formal del liderazgo peronista. Su detención, por causas vinculadas a irregularidades administrativas, fue parte de un intento de reafirmar el poder del régimen frente al creciente rechazo popular.

Pero la dictadura estaba agotada. La represión sistemática, las desapariciones, la crisis económica y el fracaso de la guerra de Malvinas en 1982 habían arrasado su legitimidad. La prisión de Isabel no despertó grandes reacciones, ni debilitó al peronismo, que se reorganizaba con líderes como Antonio Cafiero y el sindicalismo combativo. En 1983, la democracia volvió, y el peronismo siguió siendo la fuerza popular dominante.

2001: Menem, detenido en un país al borde del abismo

En junio de 2001, el ex presidente Carlos Menem fue arrestado y enviado a prisión domiciliaria, acusado de liderar una asociación ilícita en la causa por contrabando de armas a Ecuador y Croacia. Su detención fue histórica: por primera vez desde la vuelta de la democracia, un ex mandatario era encarcelado por hechos de corrupción.

Pero el gobierno de entonces, liderado por Fernando de la Rúa (Alianza), no logró capitalizar políticamente el caso. Muy por el contrario: el país estaba en crisis, con recesión económica, alto desempleo, recortes sociales y una deuda impagable. La detención de Menem fue vista como una jugada más en un tablero que ya se desmoronaba. Seis meses después, De la Rúa abandonó la Casa Rosada en helicóptero. La prisión de Menem pasó rápidamente a segundo plano.

2015–2019: Cristina Kirchner y el “lawfare” durante el macrismo

Durante el gobierno de Mauricio Macri, Cristina Fernández de Kirchner fue imputada, procesada o elevada a juicio en más de una docena de causas judiciales, incluyendo Hotesur, Los Sauces, dólar futuro, Memorándum con Irán, cuadernos de la corrupción, y la ya mencionada causa Vialidad.

La narrativa dominante en el macrismo fue la lucha contra la corrupción; pero, con el tiempo, el uso intensivo de la justicia como herramienta política empezó a ser cuestionado. La idea del “lawfare” —una combinación de guerra judicial y mediática— se instaló con fuerza en el discurso opositor y, en parte, en la sociedad.

Cristina no sólo no fue encarcelada, sino que en 2019 volvió al poder como vicepresidenta, en fórmula con Alberto Fernández. Paradójicamente, las denuncias en su contra —algunas con fundamentos, otras claramente forzadas— no lograron debilitarla del todo, sino que la convirtieron en símbolo de resistencia para su base electoral.

2025: Cristina Kirchner condenada y en prisión domiciliaria

Este año, la Corte Suprema confirmó la condena por corrupción a Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad. La pena incluye prisión domiciliaria e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. La noticia generó una respuesta inmediata: movilizaciones masivas, fuertes pronunciamientos del peronismo, y una reactivación del debate público sobre el uso político de la justicia.

Desde el oficialismo libertario, se intenta instalar la idea de “el fin de la impunidad”; pero desde amplios sectores opositores, se denuncia una proscripción disfrazada de sentencia judicial. En este clima, la figura de Cristina se resignifica: pasa de ser una dirigente en retirada a una mártir judicial y símbolo de resistencia para amplios sectores.

Conclusión: ¿castigo o construcción política?

La historia argentina ofrece una enseñanza clara: la cárcel de un líder opositor no garantiza la estabilidad del gobierno que la promueve o la permite. En muchas ocasiones, las prisiones o proscripciones reforzaron los liderazgos que buscaban desactivar, alimentaron la polarización y pusieron en duda la imparcialidad institucional.

Hoy, con Cristina bajo arresto domiciliario, el gobierno de Javier Milei enfrenta una prueba no sólo jurídica, sino también política y simbólica. ¿Será percibida esta condena como una victoria ética, o como un acto de persecución? A juzgar por la historia, lo segundo ha sido más frecuente. La prisión de un líder no apaga una idea política: muchas veces, la vuelve más potente.

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