
La inflación, la caída del poder adquisitivo y el estancamiento del consumo ponen a miles de comerciantes en una encrucijada diaria: subir precios y perder ventas o mantenerlos y trabajar a pérdida. En las calles de cualquier ciudad argentina, detrás de cada mostrador hay una historia repetida con distintas voces.
Panaderías, almacenes, ferreterías y comercios de ropa atraviesan una misma tormenta: la de una economía que no da tregua. Con ventas en caída, insumos que no dejan de subir y consumidores cada vez más cautos, los comerciantes enfrentan una disyuntiva cruda pero cotidiana: si aumentan los precios, espantan a sus clientes; si no lo hacen, el negocio deja de ser viable.
“Es como estar con el agua al cuello todo el tiempo”, resume Silvia Romero, dueña de un local de indumentaria en el centro de la ciudad. “En marzo vendía una remera a 8.000 pesos. Hoy debería estar a 11.000 para ganar lo mismo, pero si pongo ese precio, nadie la lleva”.
El dilema no es nuevo, pero en el actual contexto económico se agudiza. La inflación acumulada, la falta de crédito y la caída de las ventas se combinan para asfixiar al comercio minorista. Según datos recientes de la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME), las ventas minoristas cayeron más de un 15% interanual en abril, y los sectores más afectados son precisamente los que dependen del consumo masivo.
Costos que no dan respiro
“No es que uno quiera remarcar por remarcar, pero no hay otra”, explica Jorge Funes, panadero en un barrio popular. “La bolsa de harina sube cada semana, la luz vino con aumento y encima hay menos ventas. El margen ya no existe”.

Este escenario lleva a muchos comerciantes a trabajar casi sin ganancias, sosteniéndose con ahorros, reduciendo horarios o prescindiendo de personal. Otros directamente cierran. En algunas zonas del país, el cierre de locales se volvió una postal común, con persianas bajas y carteles de “Se alquila” como signos de una economía que no logra recuperarse.
Consumidores que no llegan
Del otro lado del mostrador, los clientes también hacen malabares. “Todo sube menos mi sueldo”, dice Adriana, jubilada, mientras compara precios en una verdulería. “Antes venía con 2.000 pesos y me llevaba varias cosas. Ahora no me alcanza ni para lo básico”.
La pérdida del poder adquisitivo modifica hábitos de compra. Los consumidores optan por segundas marcas, compran menos unidades o directamente postergan compras. Esa prudencia, necesaria en tiempos difíciles, golpea de lleno a los pequeños comerciantes.
¿Hay salida?
Los economistas advierten que, sin una estabilización macroeconómica, el comercio seguirá siendo uno de los sectores más castigados. La baja en el consumo interno afecta directamente a quienes viven de vender productos esenciales o de primera necesidad.
Mientras tanto, la mayoría de los comerciantes sigue haciendo equilibrio. Algunos prueban con promociones, descuentos o ventas por redes sociales. Otros se reinventan, sumando servicios o productos alternativos.
Pero todos coinciden en lo mismo: necesitan previsibilidad y alivio. “No pedimos ganar fortunas”, dice Silvia, la comerciante. “Solo queremos trabajar sin tener que pensar todos los días si llegamos a cubrir los gastos”.
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