Con el voto de apenas un poco más del 50% de los empadronados y el castigo a la política tradicional, CABA dio una nueva versión del “que se vayan todos”. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires vivió unas elecciones que, más allá de los resultados concretos en términos de bancas y nombres, dejaron un mensaje político rotundo: una creciente desafección ciudadana hacia la política tradicional. Con una participación electoral que apenas superó el 50% de los empadronados —una de las más bajas desde el regreso de la democracia— y un voto que castigó duramente a las fuerzas históricas, los porteños parecieron ensayar una nueva versión del ya célebre grito de 2001: “¡Que se vayan todos!”
La abstención como voto silencioso
El dato que más resonó entre analistas y militantes fue la escasa participación electoral. En una ciudad con larga tradición de compromiso cívico y niveles educativos por encima de la media nacional, que casi la mitad del padrón decidiera no votar es un dato político en sí mismo. La abstención dejó de ser un fenómeno marginal y se convirtió en una expresión concreta de malestar. En tiempos donde el voto es obligatorio, no ir a votar equivale, para muchos, a decir “ninguno me representa”.
El derrumbe del voto tradicional
Los resultados también mostraron el desgaste de los partidos que durante años dominaron el escenario porteño. Las fuerzas del oficialismo local, que supieron concentrar poder durante casi dos décadas, sufrieron una caída marcada. Del otro lado, la oposición tradicional tampoco capitalizó el desencanto. Las propuestas que apelaron a lógicas más innovadoras o a discursos disruptivos, por el contrario, lograron hacerse un lugar, incluso sin grandes estructuras ni apoyos mediáticos.
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Es en este contexto donde emergen figuras nuevas, muchas veces ajenas a la política clásica, que canalizan el hartazgo con discursos antipolíticos o con promesas de “refundar” la política desde abajo. Más que apoyo ideológico, lo que parece movilizar a una parte del electorado es la búsqueda de algo diferente, aunque aún no esté del todo claro qué.
Ecos del 2001, con nuevas formas
La famosa consigna que dominó las calles en 2001 —“Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”— hoy se expresa de otro modo. No con cacerolazos ni con asambleas barriales, pero sí con el voto (o la falta de él), con la indiferencia hacia las campañas, y con la mirada crítica hacia una dirigencia que parece hablar un idioma distinto al de sus representados. Este fenómeno no es exclusivo de CABA, pero en la capital del país, donde las tendencias políticas muchas veces anticipan lo que luego se reproduce a nivel nacional, adquiere una dimensión simbólica especial.
Un desafío para el sistema democrático
Lo que ocurrió en estas elecciones en la Ciudad no puede ser leído sólo como un fenómeno coyuntural. Es un síntoma profundo de una crisis de representación que se arrastra desde hace años y que ningún gobierno —de izquierda, de derecha o de centro— ha logrado revertir. La desconfianza hacia la política, la falta de expectativas, y la sensación de que el poder está siempre lejos del ciudadano, dibujan un escenario desafiante. La política tradicional, si quiere recuperar su legitimidad, deberá dejar de mirar encuestas y empezar a escuchar de verdad. Porque cuando el pueblo se expresa —aunque sea en silencio— lo hace con fuerza. Y esta vez, habló claro.

