En la Argentina de hoy, miles de trabajadores atraviesan una realidad angustiante: salarios que no alcanzan para cubrir lo básico, jornadas extendidas que no se pagan, condiciones laborales que se deterioran a la vista de todos. La inflación no da tregua y el salario real se desploma, pero quienes deberían estar en la primera línea de defensa —los sindicatos— brillan por su ausencia.
Una crisis salarial sin freno
Según los datos más recientes, gran parte del empleo formal se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Ni hablar del sector informal, donde millones de personas malviven en la total precariedad, sin derechos ni estabilidad. El sueldo promedio en muchos rubros apenas supera los $400.000, en un contexto donde una familia tipo necesita más de $1.500.000 para no ser pobre.
El deterioro del poder adquisitivo es profundo y sostenido. La inflación anual supera las paritarias y los aumentos salariales se pactan con cuentagotas, generalmente a destiempo y con cláusulas de revisión que llegan cuando el daño ya está hecho. La vida es cada vez más cara, y trabajar ya no garantiza escapar de la pobreza.
¿Dónde están los sindicatos?
Frente a este escenario, los sindicatos muestran una pasividad alarmante. Las conducciones gremiales, muchas de ellas eternizadas en el poder, parecen haber perdido el pulso de la realidad laboral. En lugar de liderar la pelea por salarios dignos, se limitan a negociar en despachos oficiales, a puertas cerradas, con una actitud más cercana al oficialismo de turno que a los trabajadores que representan.
En muchos casos, ni siquiera hay paros o protestas. Apenas comunicados ambiguos, frases de compromiso y una inercia que favorece a los empleadores. Mientras la conflictividad crece por abajo, las cúpulas sindicales eligen la moderación, el cálculo político y la supervivencia personal. Se han vuelto parte del sistema, más interesados en conservar sus privilegios que en encabezar una verdadera lucha por los derechos laborales.
TE NECESITAMOS
El periodismo social y comunitario está desapareciendo por no tener sustentos. ECOS sobrevive gracias a la vocación de sus editores y la colaboración de corazones solidarios que cada mes nos ayudan con donaciones. Pero es muy poco, ¡¡NO ALCANZA!! y necesitamos que tomes conciencia de que sin un compromiso de todos en el sostenimiento, quienes hacemos esto tendremos que dejar de hacerlo. Hazlo hoy, ya que mañana podría ser tarde.
Una casta sindical desconectada
La desconexión entre la dirigencia sindical y la base trabajadora es evidente. Mientras los trabajadores ajustan sus gastos hasta lo imposible, muchos dirigentes sindicales gozan de sueldos altísimos, autos oficiales, viáticos, estructuras burocráticas generosas y una vida muy alejada de la que llevan quienes los eligieron.
Esa diferencia no es solo económica: es también política y simbólica. Hay gremios que no renuevan sus autoridades en décadas, donde las elecciones internas son una farsa, y donde cualquier intento de disidencia es sofocado rápidamente. La democracia sindical es, en muchos casos, una entelequia. Así, se perpetúa un modelo de representación que ya no representa a nadie.
El costo del silencio
El silencio de los sindicatos tiene consecuencias concretas: trabajadores que no encuentran canales para organizarse, que no confían en sus gremios, que quedan desprotegidos frente al abuso empresarial. En algunos sectores empieza a emerger una resistencia desde abajo, con delegados combativos, asambleas autoconvocadas o nuevas agrupaciones independientes.
Pero ese proceso es lento y enfrenta resistencias tanto del Estado como de las propias estructuras sindicales. La fragmentación de la clase trabajadora, además, juega a favor del statu quo. Mientras cada sector pelea por separado, sin coordinación ni solidaridad activa, los que toman decisiones siguen ganando tiempo y consolidando el ajuste.
¿Quién defiende al trabajador?
La pregunta es inevitable: ¿quién defiende hoy al trabajador? Si los gremios han dejado de ser una herramienta de lucha, ¿qué queda? ¿Cómo se reconstruye una representación sindical auténtica, combativa, democrática y comprometida con las necesidades reales de quienes trabajan? No hay una respuesta única, pero sí un punto de partida claro: denunciar el silencio cómplice y exigir que los sindicatos vuelvan a ser lo que alguna vez fueron.
No alcanza con gestos simbólicos ni con discursos tibios. Hace falta una reconstrucción profunda del sindicalismo, desde sus bases, con nuevas voces y nuevas formas de organización. Porque mientras el salario siga siendo una condena y no una herramienta de dignidad, cualquier silencio será traición.

