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“El que no llora no mama y el que no afana es un gil”, la vigencia de un tango de casi 100 años

cambalache

“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…” cantaba Enrique Santos Discépolo en 1934, en uno de los tangos más provocadores y atemporales del repertorio argentino. “Cambalache” nació en una época de crisis, corrupción política y desilusión social: la llamada década infame, un período en que la democracia era frágil y la desigualdad crecía al ritmo de la desconfianza.

Sin embargo, más allá de su contexto original, la canción logró cristalizar una percepción del mundo –y especialmente de la Argentina– que, con los años, no solo no perdió vigencia, sino que pareció reafirmarse con cada nueva crisis. A lo largo del siglo XXI, este tango ha servido como una especie de espejo incómodo, una referencia inevitable cada vez que el país vuelve a enfrentarse a sus fantasmas de siempre: inflación, deudas, corrupción, oportunismo, desencanto social, justicia selectiva, polarización política.

En cada etapa, desde la debacle de 2001 hasta los vaivenes recientes en los que la palabra “estabilidad” parece utópica, la frase “el que no afana es un gil” vuelve a circular con fuerza en el imaginario colectivo. No como celebración, sino como síntoma de un dolor profundo: la sensación de que todo se mezcla, de que lo bueno y lo malo se confunden, y de que el mérito individual poco importa frente a la picardía o el acomodo.

Esta sensación no es exclusiva del pueblo argentino, pero en Argentina parece tener una musicalización oficial: ese tango cínico y certero que se canta en cada crisis. ¿Cómo es posible que una letra escrita hace más de 90 años parezca describir tan bien la actualidad? ¿Qué revela esta persistencia del “cambalache” como símbolo cultural? ¿Es solo un reflejo de lo que somos o también una excusa para resignarnos a lo que no cambia?

Pasaron casi cien años y nos seguimos repitiendo esto a tal punto de que ya pareciera un himno para los argentinos. ¿Por qué nunca supimos cambiar? A partir de estas preguntas, vale la pena mirar a la Argentina del siglo XXI a través del prisma de “Cambalache”, no solo para entender cómo llegamos hasta acá, sino también para pensar si todavía es posible escribir otro final.

“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…” cantaba Enrique Santos Discépolo en 1934. Casi un siglo después, el eco de su tango “Cambalache” resuena con una vigencia inquietante en la Argentina del siglo XXI. Aquel lamento ácido, mezcla de ironía y desencanto, retrataba una sociedad en la que el mérito y la miseria, la corrupción y la inocencia, se mezclaban sin jerarquías. Y aunque fue escrito durante la llamada “década infame”, muchos argentinos sienten que la letra parece describir el presente más que el pasado.

Un tango que no pasa de moda
“Cambalache” no es solo un tango, es una radiografía moral y social. Su fuerza radica en que, más allá del contexto histórico que lo inspiró, logra captar algo esencial del alma argentina: esa mezcla de escepticismo, lucidez y resignación ante una realidad que parece repetirse como un ciclo eterno.

En los años 2000, tras la crisis del 2001, el país vivió escenas de caos económico y político que bien podrían haber salido del mismo tango: funcionarios huidos en helicóptero, presidentes que duraban días en el cargo, ahorristas golpeando las puertas de los bancos. Y si uno escucha “El que no llora no mama y el que no afana es un gil”, es difícil no pensar en el oportunismo y la falta de reglas claras que siguieron marcando buena parte del rumbo nacional.

La vigencia del Cambalache
En tiempos recientes, Argentina se debate entre inflación crónica, endeudamientos cíclicos, grietas políticas irreconciliables y una constante fuga de cerebros y talentos. Mientras tanto, el humor popular, los memes y las redes sociales replican, una y otra vez, el espíritu de Discépolo: descreimiento, sarcasmo y una especie de lucidez amarga que se convirtió en parte del ADN nacional.

“Cambalache” funciona como una especie de termómetro del desencanto. Cada vez que la situación se desmadra, que la justicia parece no alcanzar a todos por igual, que lo absurdo le gana al sentido común, alguien inevitablemente cita el tango. Y es que esa mezcla de denuncia y poesía sigue siendo uno de los retratos más certeros del país.

¿Un espejo o una condena?
La pregunta que muchos se hacen es si Argentina está condenada a ser un cambalache eterno, o si aún hay lugar para romper con ese destino. La letra del tango es implacable, pero también es un llamado de atención: al exponer las contradicciones de su tiempo, invita a pensar y, quizás, a cambiar.

Hay una nueva generación que crece entre la decepción y el deseo de transformación. Jóvenes que emigran en busca de futuro, pero también otros que apuestan por quedarse y construir algo distinto. El tango, entonces, sigue vivo no solo como una crítica al presente, sino también como una advertencia del pasado que aún tiene lecciones por enseñar.

Conclusión
La Argentina del siglo XXI parece, muchas veces, un capítulo más de ese cambalache que Discépolo describió con tanta claridad. Pero si el tango sigue vigente es porque todavía hay quien lo escucha, lo canta, lo discute. En esa tensión entre la resignación y la esperanza, entre el escepticismo y el compromiso, tal vez se juegue el futuro del país.

La letra:

Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé
En el quinientos diez, y en el dos mil también
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos
Contentos y amargaos, valores y dobles
Pero que el siglo veinte es un despliegue
De maldad insolente, ya no hay quien lo niegue
Vivimos revolcaos en un merengue
Y en el mismo lodo, hmm, todos manoseaos
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor
Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador
Todo es igual, nada es mejor
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos, qué va a haber, ni escalafón
Los inmorales nos han igualao
Si uno vive en la impostura
Y otro afana en su ambición
Da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos
Caradura o polizón
Qué falta de respeto, qué atropello a la razón
Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón
Mezclao con Toscanini, va Scarface y Napoleón
Don Bosco Y “La Mignón”, Carnera y San Martín
Igual que en la vidriera irrespetuosa
De los cambalaches se ha mezclao la vida
Y herida por un sable sin remaches
Ves llorar la Biblia junto a un calefón
Siglo veinte, cambalache, problemático y febril
El que no llora, no mama; y el que no afana, es un gil
Dale nomá, dale que va
Que allá en el horno se vamo a encontrar
No pienses más, séntate a un lao
Que a nadie importa si naciste honrao
Si es lo mismo el que labura
Noche y día como un buey
Que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura
O está fuera de la ley

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