Un conductor pierde el control, sube a la vereda y atropella a varios peatones. La primera versión que circula es la de una “posible descompensación”. Las cámaras lo muestran detenido, en shock, y el relato se instala rápidamente: “pudo haber sido un problema de salud”. Pero, ¿qué tan frecuentes son realmente estos episodios? ¿Y cuánta información hay detrás de lo que se comunica?
En los últimos años, la idea de la descompensación médica como causa de accidentes viales ha ganado presencia en los medios. Desde infartos hasta bajones de presión o hipoglucemias, estos eventos se mencionan como posibles factores detrás de siniestros que involucran a conductores que, aparentemente, no iban a alta velocidad ni estaban bajo efectos de sustancias. Sin embargo, los datos duros parecen contar otra historia.
Más cobertura que casos
Según informes de la Organización Mundial de la Salud y estadísticas de organismos nacionales de seguridad vial, las descompensaciones médicas no figuran entre las principales causas de accidentes. En cambio, el exceso de velocidad, la distracción —como el uso del celular—, la fatiga o el consumo de alcohol y drogas representan la gran mayoría de los siniestros.
Algunos estudios sitúan las descompensaciones médicas como responsables de entre el 1% y el 5% de los accidentes graves. Pero eso no impide que reciban una atención desproporcionada en la narrativa pública. En parte, esto se debe al alto impacto que suelen tener estos eventos: su carácter inesperado, muchas veces con víctimas múltiples, los convierte en material noticioso.
“Cuando un hecho no encaja en las causas habituales o no hay pruebas inmediatas de imprudencia, se tiende a hablar de una descompensación como una explicación posible, incluso antes de que haya un parte médico”, señala un especialista en comunicación y seguridad vial.
La salud al volante: una cuenta pendiente
Más allá de la cobertura, el debate sobre la salud de los conductores no es menor. En la mayoría de los países, los controles médicos para obtener o renovar la licencia de conducir son básicos y, en muchos casos, poco rigurosos. Esto significa que condiciones como la diabetes, la hipertensión o ciertos trastornos neurológicos pueden pasar desapercibidos hasta que ocurre una emergencia.
El problema se agrava cuando hablamos de choferes profesionales: conductores de transporte público, camiones o remises que pasan largas jornadas al volante, muchas veces con altos niveles de estrés y pocas oportunidades de control médico periódico.
“Hay una deuda estructural. Deberíamos tener políticas más firmes que aseguren chequeos regulares y efectivos, sobre todo en personas que pasan muchas horas conduciendo”, apunta un médico laboral.
¿Explicación real o coartada?
En un contexto donde las descompensaciones médicas se mencionan con frecuencia, también surge la pregunta incómoda: ¿cuántas veces esta explicación funciona como excusa? Algunos expertos advierten que, ante un accidente, el recurso de la “descompensación” puede ser una manera de esquivar la responsabilidad, al menos en los primeros momentos.
Esto, sin embargo, no debe deslegitimar los casos reales. Las personas pueden sufrir cuadros súbitos de salud incluso sin antecedentes, y el sistema debe estar preparado para eso. Pero también es cierto que una cobertura superficial o precipitada puede contribuir a generar confusión social y a desviar la atención de los factores estructurales que sí son evitables.
Una narrativa que también necesita diagnóstico
La imagen de un conductor que se descompone al volante genera empatía, intriga y alarma. Por eso es efectiva en términos narrativos. Pero como toda explicación rápida, puede ser incompleta o distorsionada. Tal vez haya que mirar más allá de lo que se informa en caliente, para entender qué nos dicen —o nos ocultan— esos casos que, cada tanto, se convierten en noticia.
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