En un contexto donde la televisión abierta ya venía perdiendo terreno frente al streaming, las redes sociales y las plataformas digitales, la decisión de llenar las noches con programas políticos —muchos de ellos de corte oficialista— parece ser el golpe final que la aleja aún más del público masivo.
Durante décadas, la TV abierta fue el escenario central de la cultura popular argentina. Desde las grandes ficciones nacionales, los programas de humor y entretenimiento, hasta los noticieros que marcaban agenda, el prime time era un espacio de encuentro familiar. Hoy, esa oferta se ha reducido drásticamente. Los canales parecen haber renunciado a competir por una audiencia diversa y eligieron encerrarse en un formato monocorde: el del debate político alineado con el gobierno de turno.
Un panorama cada vez más homogéneo
La grilla nocturna de varios canales, especialmente los más tradicionales como TN, Nación+, A24 y otros, está cada vez más poblada por programas de análisis político con una línea editorial claramente favorable al oficialismo. Paneles de periodistas que repiten las narrativas del gobierno, análisis que rara vez presentan voces disidentes y una agenda que se concentra más en justificar políticas que en cuestionarlas.
Esto no solo ocurre en canales abiertamente militantes, sino también en otros que, por razones de pauta oficial o conveniencia empresarial, han decidido bajar el tono crítico. El resultado: programas con poco rating, escaso impacto cultural y una alarmante pérdida de credibilidad.
¿Dónde quedó el entretenimiento?
La ficción nacional, que supo ser exportada al mundo y marcó época con títulos inolvidables, hoy está prácticamente desaparecida del prime time. Productoras históricas como Pol-ka se han retirado o reducido drásticamente su actividad, en parte por la falta de inversión del Estado y en parte por el desinterés de los canales por apostar a lo artístico.
Los ciclos de entretenimiento tampoco logran instalarse con fuerza. La falta de producción propia y el bajo presupuesto obligan a repetir fórmulas gastadas, importar formatos sin adaptación y confiar más en panelismo barato que en ideas originales.
Frente a eso, el público vota con el control remoto. Y su voto es claro: migrar a las plataformas. Netflix, YouTube, Twitch y hasta TikTok se han convertido en los nuevos espacios donde la gente encuentra contenido fresco, ágil, variado y con una libertad que la televisión abierta parece haber perdido.
El rol de la pauta oficial: ¿información o propaganda?
Uno de los factores que alimenta este fenómeno es el uso de la pauta oficial. La distribución de recursos estatales a medios y programas suele condicionar el enfoque editorial. Lejos de fortalecer un ecosistema mediático plural, muchas veces termina convirtiéndose en una herramienta de cooptación. Programas enteros se sostienen más por los ingresos de publicidad estatal que por su audiencia real.
Esto genera un círculo vicioso: se produce para agradar al poder, no al espectador. Se opina según conveniencia, no según criterio periodístico. Y así, la televisión abierta va perdiendo su función central: informar con libertad, entretener con creatividad y reflejar la diversidad de una sociedad compleja como la argentina.
La desconexión con el público joven
Uno de los síntomas más preocupantes de esta crisis es la desconexión absoluta con las nuevas generaciones. Los jóvenes no solo no consumen TV abierta: ni siquiera la consideran parte de su universo cultural. Prefieren contenidos creados por sus pares, con un lenguaje directo, sin bajada de línea, que interpelan desde otro lugar.
Mientras tanto, la televisión sigue hablándose a sí misma. Sostiene ciclos que solo ven ciertos nichos ideológicos, repite fórmulas gastadas y pierde, día a día, capacidad de influencia y relevancia.
¿Hay salida para la TV abierta?
La televisión abierta argentina atraviesa una de sus crisis más profundas. Y lejos de buscar alternativas, parece apostar cada vez más a un formato que solo agrada a los que ya están convencidos. Sin pluralismo, sin creatividad, sin riesgo y con una fuerte dependencia del poder político y económico, su futuro es incierto. La audiencia ha cambiado, la forma de consumir contenidos también.
Y si la TV no logra adaptarse, reinventarse y volver a hablarle a la gente —toda la gente, no solo a un sector—, el desenlace parece inevitable: la irrelevancia total. Porque si algo le faltaba a la televisión abierta argentina para terminar de perder público, era llenarse de programas políticos que más que informar, militan. Y el público, cada vez más exigente y menos ingenuo, ya eligió no ser parte.
