Hace noventa años, el tren que unía Plaza Constitución con Bahía Blanca era mucho más que un medio de transporte: era un símbolo de modernidad, integración y desarrollo. El recorrido podía realizarse en siete horas, conectando la capital con el sur bonaerense y acercando oportunidades de trabajo, educación y comercio a miles de argentinos del interior.
En aquel entonces, el servicio ferroviario era motivo de orgullo nacional y se promocionaba como una hazaña técnica y social. Hoy, ese mismo ramal ha sido cancelado definitivamente, poniendo fin a décadas de historia, esfuerzo y servicio público. Lo que alguna vez fue un motivo de progreso y esperanza, se ha convertido en un emblema del abandono del interior argentino.
Un ramal clave que deja aisladas a las comunidades
Para localidades como Coronel Suárez, Pigüé, Tornquist y Bahía Blanca, el tren era más que un transporte: era una herramienta de inclusión social y movilidad económica. El cierre definitivo deja a miles de personas sin una alternativa accesible y segura, obligándolas a depender de colectivos o combis más caros y menos confiables.
Para quienes viajan por motivos de salud, educación o trabajo, la desaparición del tren es un retroceso tangible en calidad de vida y oportunidades. Además, la cancelación evidencia la desconexión entre las decisiones centrales y las necesidades reales del interior, donde la movilidad no es un lujo sino un derecho básico.
De la hazaña del pasado a la negligencia del presente
En 1935, el recorrido de siete horas era promocionado con orgullo: se destacaba no solo la velocidad, sino el impacto social y económico del tren, que unía regiones y fomentaba el intercambio comercial y cultural. Hoy, luego de décadas de falta de inversión, mantenimiento insuficiente y políticas públicas erráticas, el ramal cierra sin ceremonias, sin alternativas de transporte adecuadas y con la resignación de quienes dependían de él. Las vías, una vez símbolos de progreso, se transforman ahora en un recordatorio de lo que se perdió por desidia y falta de planificación.
Una herida para el interior bonaerense
El cierre definitivo del tren no es solo un problema logístico: es un golpe al desarrollo regional. Cada estación clausurada y cada vía levantada representa pérdida de conectividad, oportunidades y derechos, y evidencia que la Argentina ha dejado de lado la visión de integración territorial que alguna vez tuvo. Mientras en la capital se proyectan trenes eléctricos y subtes modernos, en el interior se cierran ramales históricos, dejando pueblos aislados y comunidades cada vez más dependientes del transporte privado y caro.
Entre la memoria y la resignación
Noventa años después de aquel servicio que tardaba siete horas en conectar la capital con Bahía Blanca, el tren que alguna vez fue sinónimo de progreso se despide definitivamente. Su cancelación no solo interrumpe un recorrido físico: borra parte de la historia, la identidad y la esperanza de los habitantes del interior.
El tren a Bahía Blanca deja de ser un símbolo de modernidad para convertirse en el emblema del abandono estructural, un recordatorio de que, mientras se celebran avances en algunas áreas, en otras el retroceso es inevitable y doloroso. Hoy, el país pierde un ramal, pero sobre todo pierde una conexión con su propio pasado y con el futuro de quienes viven más allá de la capital.
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