Un día como hoy, hace ya varias décadas, un 29 de setiembre de 1964 nacía en una revista argentina una niña de cabello oscuro, mirada profunda y preguntas incómodas. Mafalda aparecía por primera vez en una tira de humor publicada en un semanario, sin saber que estaba destinada a convertirse en un ícono del pensamiento crítico, la ternura y la conciencia social.
Con apenas dos apariciones semanales, comenzó su recorrido como una historieta más. Sin embargo, su manera de observar el mundo —y de cuestionarlo con una claridad desarmante— pronto la transformó en una voz necesaria. Mafalda no solo hablaba, también hacía pensar. Y lo hacía con la inocencia de una niña y la lucidez de una filósofa.
Un personaje local con alma universal
Lo que comenzó como una tira en una publicación argentina, rápidamente trascendió fronteras. A lo largo de los años, Mafalda fue traducida a más de 30 idiomas y leída en todos los rincones del mundo. Ni la barrera del idioma ni el paso del tiempo pudieron opacar la vigencia de sus reflexiones.
Mafalda no hablaba solo de política o economía. Hablaba del mundo, de la humanidad, de los sueños, de la paz, del miedo, del rol de la mujer, del absurdo de las guerras y del valor de la empatía. Todo eso, comprimido en unas pocas viñetas diarias que decían más que muchas columnas editoriales.
Sus compañeros —Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Libertad y su hermanito Guille— fueron tan fundamentales como ella. Cada uno representaba una parte de la sociedad, una ideología, una manera de ver la vida. Juntos conformaban un microcosmos que retrataba, con humor y honestidad, las tensiones del mundo real.
Una despedida silenciosa, pero jamás definitiva
La última tira de Mafalda se publicó un 25 de junio de 1973. Su creador, Quino, decidió cerrar ese capítulo sin grandilocuencias ni anuncios masivos. Y, quizás, fue justamente ese silencio lo que permitió que la obra quedara intacta, sin perder frescura ni integridad con el paso del tiempo.
Desde entonces, Mafalda no volvió con nuevas historias, pero nunca dejó de estar presente. Sus palabras siguen circulando en libros, murales, agendas, exposiciones y, sobre todo, en la memoria colectiva. Porque Mafalda no es solo un personaje: es una idea, una forma de mirar el mundo, una invitación permanente a no conformarse.
Una vigencia intacta
En tiempos donde la información abunda pero la reflexión escasea, Mafalda continúa siendo faro. Su lucidez se mantiene intacta y sus preguntas —esas que nos incomodan pero nos hacen pensar— siguen siendo las mismas que deberíamos hacernos hoy.
Mafalda sigue preguntando qué pasa con el mundo. Y nosotros, aún sin tener todas las respuestas, seguimos encontrando en sus palabras el valor de no callar, de no resignarnos, de imaginar un futuro más justo, más humano y más consciente.
Hoy no solo celebramos su primera publicación. Celebramos su permanencia.
Mafalda vive en cada persona que se anima a cuestionar el mundo con inteligencia, humor y corazón.
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