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Setiembre con subas de hasta 10 % en alimentos: del rechazo a la resignación

En estos días, la escalada del dólar no sólo se siente en las mesas de cambio o en las pantallas financieras: se refleja con crudeza en el carrito de compras. Comercios mayoristas y supermercados del interior del país denuncian que sus proveedores les están enviando nuevas listas de precios con aumentos de hasta un 10 %. Esa presión, difícil de trasladar por completo a los consumidores en un contexto de caída de ventas, revela una tensión profunda entre el mercado, los precios y el bolsillo ya castigado de la población.

La paradoja del rechazo comercial

Una de las voces más visibilizadas en esta ola de subas fue la de los supermercados, que en varias provincias afirmaron, con firmeza, que “no aceptarán estas listas especulativas”. Según directivos del sector, es imposible convalidar aumentos de esa magnitud en un momento en que el consumo se retrae fuertemente. Algunos incluso adelantaron que no se aplicarán los incrementos hasta que no haya una explicación consistente o una negociación previa.

Ese rechazo no es simbólico: es una lógica de supervivencia comercial en un entorno donde subir precios demasiado puede provocar una sangría de clientes. En otros casos, se denuncia que proveedores avanzan con aumentos abruptos sin alertar con anticipación, dejando a los comercios atrapados entre absorber pérdidas o trasladar el incremento.

¿Qué impulsa estas remarcaciones?

El factor más evidente es la volatilidad cambiaria. El alza del dólar —oficial e implícito— presiona insumos importados, componentes intermedios, envases, combustibles y costos logísticos. Varias cadenas ya remarcaron alimentos y productos de limpieza entre un 3 % y 9 % en semanas recientes, y en algunos casos más —hasta el 10 %— en listas internas. En ese contexto, los comercios señalan que no pueden mantener márgenes antiguos sin redimensionar sus costos.

Pero la ecuación es más compleja: la inflación sistémica argentina está empapada en dinámicas de “inercia de precios”, expectativas sociales, ajustes salariales y políticas fiscales. Cuando el dólar trepa, muchas empresas sienten que “no pueden esperar más” para reacomodar sus costos. Y eso tensiona la cadena desde la producción hasta la góndola.

¿Quién termina pagando?

Siempre el consumidor final. En hogares con ingresos ajustados, un aumento de 5 % puede representar la diferencia entre comprar una marca genérica o directamente renunciar a un producto. Por eso, los comercios que rechazan listas agresivas buscan contener los impactos, posponer aumentos o aplicar incrementos parciales para amortiguar el golpe.

Pero ese “enfriamiento parcial” también deja a muchas empresas en estado de alerta: absorben pérdidas, reducen stocks, retrasan reposiciones o cierran márgenes. Es una carrera de equilibrio entre sostener ventas y no quebrar la viabilidad operativa.

Del rechazo a la resignación: el paso silencioso

Lo más preocupante no es la denuncia puntual o el enfrentamiento entre los actores del mercado. Es que, con el tiempo, se establece un patrón de resignación colectiva: consumidores que aceptan subas como inevitables, comerciantes que ya no intentan frenar todo aumento, proveedores que retocan listas casi sin aviso.

Esa resignación es peligrosa: socava el límite ético entre el “precio justo” y la especulación salvaje. Cuando la lógica dominante se vuelve “hay que remarcar porque el dólar lo pide”, se transforma en una trampa recurrente donde nadie asume responsabilidad, y el coste se recarga siempre sobre los más vulnerables.

¿Qué caminos posibles existen?

Transparencia y diálogo previo: que proveedores comuniquen con tiempo los ajustes proyectados y expliquen sus fundamentos.
Negociaciones contractuales: cláusulas de revisión, fórmulas de ajuste acotadas, y mecanismos de desacople ante picos cambiarios.
Controles regulatorios preventivos: evitar remarcaciones excesivas sin justificación razonable.
Fortalecimiento del comercio local: donde la presión para rematar precios es menor y el vínculo cliente–proveedor más directo.
Educación del consumidor: para discernir entre aumentos legítimos e incrementos especulativos.

Finalmente …

Lo que sucede hoy con los alimentos es mucho más que ruido en los supermercados: es un síntoma de desequilibrios estructurales. Detrás de cada remarcación abrupta hay decisiones, costos ocultos y prioridades que pocas veces miran al vecino que compra pan con angustia. Si la resignación se instala como costumbre, no habrá veto comercial que la detenga. Pero si logramos restituir el debate entre lo que debe y lo que puede, en el límite del mercado y la dignidad del consumo, quizá encontraremos la línea donde empieza la sostenibilidad real.

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