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Argentina necesita cerrar la grieta: el desafío de construir un camino de centro

En las últimas décadas, la Argentina ha transitado un camino marcado por enfrentamientos políticos que parecen no tener fin. La famosa “grieta” se ha convertido en un estado casi permanente, un marco mental que condiciona debates, decisiones y hasta relaciones personales. Lo más paradójico es que los extremos que la alimentan no representan a la mayoría de la población, pero logran imponer su discurso y dominar la agenda pública.

Mientras tanto, la vida real de los argentinos se desarrolla en un terreno mucho menos ideológico y mucho más urgente: conseguir trabajo, pagar cuentas, educar a los hijos, garantizar un plato de comida, vivir en un barrio seguro. Sin embargo, esas prioridades quedan relegadas por un enfrentamiento constante que desvía energías y recursos hacia la pelea política en lugar de la construcción colectiva.

Hoy, más que nunca, el país necesita sepultar esos extremos minoritarios que solo sobreviven gracias al conflicto. Es hora de que la mayoría silenciosa, la que desea vivir en paz y ver crecer a la Argentina, reclame un camino de centro, un punto de encuentro que supere la confrontación y ponga en marcha un proyecto común que incluya a todos.

En la Argentina, la política lleva años secuestrada por extremos que, aunque ruidosos, representan a una minoría. Son esas posiciones irreconciliables las que han alimentado la grieta, un abismo que divide familias, vecinos y compañeros de trabajo. Sin embargo, la realidad económica y social del país exige lo contrario: unidad, acuerdos y una hoja de ruta común que contenga a todos.

Los extremos no representan a la mayoría

En cada elección, la mayoría silenciosa de argentinos busca algo más simple y sensato que las promesas incendiarias de un lado o del otro: estabilidad, seguridad, trabajo y oportunidades. Pero en vez de ser escuchada, esa mayoría queda atrapada en un juego de poder donde los polos opuestos imponen la agenda, se retroalimentan y convierten el debate público en una pelea interminable.

El centro como punto de encuentro

No se trata de tibieza ni de renunciar a convicciones, sino de entender que un país no puede construirse sobre el rechazo al otro. Un camino de centro implica priorizar el consenso sobre la confrontación, y reconocer que los problemas de la Argentina —inflación, pobreza, inseguridad, deterioro educativo— no son propiedad exclusiva de un partido o ideología. Son desafíos comunes que requieren soluciones compartidas.

Cerrar la grieta es una urgencia, no una utopía

En un contexto de crisis profunda, seguir alimentando la división solo agrava la parálisis. Los extremos gritan, pero no gobiernan para todos. En cambio, una línea política que busque equilibrio puede ofrecer lo que hoy escasea: previsibilidad y confianza. El país necesita un pacto de base que garantice políticas de Estado que perduren más allá de un mandato.

Una mayoría que debe hacerse escuchar

La responsabilidad no es solo de los dirigentes. Los ciudadanos también debemos resistir la tentación de caer en la lógica del “ellos contra nosotros” y exigir a la dirigencia un cambio de tono. El verdadero poder de transformación está en que la mayoría que anhela diálogo y soluciones deje de ser silenciosa y pase a marcar el rumbo.

Finalmente …

Sepultar los extremos minoritarios y construir un camino de centro no significa diluir diferencias, sino encauzarlas. Significa aceptar que nadie tiene el monopolio de la verdad y que el futuro de la Argentina se juega en la capacidad de construir puentes, no trincheras. La grieta solo desaparecerá cuando la mayoría lo decida, y esa decisión debe empezar ahora.

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