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Un niño llegará tan lejos como tus palabras se lo digan

Hay frases que abren caminos y otras que los cierran antes de que alguien se atreva a dar el primer paso. En la infancia, las palabras que recibe un niño no son simples sonidos: son semillas. Algunas germinan en forma de confianza, motivación y sueños; otras se marchitan en dudas, miedos y resignación. Por eso, decir que un niño llegará tan lejos como tus palabras se lo digan no es solo una reflexión poética: es una verdad respaldada por la experiencia humana y la ciencia.

El poder invisible de las palabras

Un elogio sincero puede encender una chispa de curiosidad. Un “tú puedes” pronunciado en el momento justo puede ser el empujón que marque la diferencia entre rendirse o seguir intentando. La psicología ha demostrado que la autoestima y la percepción de las propias capacidades se construyen, en gran medida, a través de lo que escuchamos de quienes nos rodean, especialmente de figuras de referencia como padres, docentes y cuidadores.

Las palabras son como mapas. Cuando un niño escucha con frecuencia frases como “eres capaz”, “confío en ti” o “puedes aprenderlo”, internaliza la idea de que su camino está lleno de posibilidades. Por el contrario, expresiones como “eso no es para ti” o “nunca vas a poder” actúan como murallas invisibles que limitan su horizonte.

El eco que perdura

Los adultos solemos subestimar el alcance de lo que decimos, pero las palabras que un niño escucha no desaparecen: se guardan, se repiten internamente y se convierten en parte de su diálogo interno. Ese eco puede ser alentador o demoledor, dependiendo del mensaje original.
Quien crece rodeado de afirmaciones positivas desarrolla lo que algunos expertos llaman “autoeficacia percibida”: la creencia de que puede influir en su propio destino.

No se trata de adular, sino de guiar

Alentar no significa mentir o inflar logros de manera irreal. No se trata de decir “eres perfecto” a cada paso, sino de reconocer el esfuerzo, señalar los avances y mostrar caminos para mejorar. Las palabras más poderosas son las que combinan apoyo con orientación, afecto con honestidad. Por ejemplo, ante un error escolar, decir “sé que puedes hacerlo mejor, vamos a repasar juntos” es mucho más constructivo que un simple “esto está mal”. El primero invita a la acción; el segundo, al estancamiento.

El efecto multiplicador

Cada palabra positiva dirigida a un niño tiene un efecto multiplicador. Ese niño que cree en sus capacidades, probablemente alentará a otros en el futuro. Es una cadena que se extiende en el tiempo: un adulto seguro y empático suele ser alguien que, en su infancia, recibió mensajes de confianza y esperanza.

Nuestra responsabilidad

Si aceptamos que nuestras palabras son semillas, debemos elegir bien cuáles sembramos. La responsabilidad de padres, maestros y cuidadores no se limita a cubrir necesidades materiales; también implica alimentar el espíritu con mensajes que abran puertas, que fortalezcan la resiliencia y que recuerden, incluso en momentos difíciles, que siempre hay un próximo paso posible. Porque, al final, un niño no solo llega hasta donde sus pies lo llevan, sino hasta donde su mente —y las palabras que le dijeron— le permiten imaginar.

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