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La crisis económica pone en jaque al boom de la cerveza artesanal

Durante más de una década, la cerveza artesanal vivió una verdadera explosión en Argentina. En barrios porteños y ciudades del interior, los bares especializados se multiplicaron, al calor del entusiasmo de consumidores jóvenes, la creatividad de los productores y una atmósfera cultural que celebraba lo local, lo distinto y lo artesanal. Sin embargo, en el convulsionado contexto económico de 2025, el sector enfrenta una crisis que amenaza con marcar el fin de una era.

La retracción del consumo afecta a casi todos los rubros, y el gastronómico no es la excepción. Según datos del sector, la demanda de cerveza artesanal ha caído alrededor de un 30% a nivel nacional, arrastrando al cierre de numerosos bares y fábricas que hasta hace poco eran referentes de esta movida.

La pérdida del poder adquisitivo, la inflación persistente y los nuevos hábitos de consumo –más orientados al ahorro y al consumo hogareño– han provocado que cada vez menos personas estén dispuestas a pagar precios premium por productos que alguna vez fueron sinónimo de calidad y distinción.

Uno de los grandes desafíos estructurales que enfrentan los productores artesanales es la dolarización de sus costos. Aunque parte de las materias primas se produce localmente –como la malta o el lúpulo–, estos insumos siguen cotizaciones internacionales o dependen fuertemente de la importación.

En particular, el lúpulo, esencial para las cervezas de mayor intensidad y amargor, solo cubre cerca del 20% de la demanda nacional, lo que obliga a importar el 80% restante. Además, la levadura, otro componente clave, suele provenir de países como Inglaterra o Alemania, lo que expone a los productores a la volatilidad del tipo de cambio y a restricciones aduaneras. Todo esto, mientras los precios de venta están en pesos y el consumidor no puede absorber aumentos sin resentir la demanda.

En este nuevo escenario, muchas cervecerías están optando por replegarse hacia estilos más económicos de producir, como las cervezas rubias y livianas, en desmedro de las lupuladas, que requieren más insumos importados y procesos más costosos. Esta tendencia marca un retorno a lo clásico, no solo como elección estética sino como estrategia de supervivencia.

Ya no se trata tanto de experimentar ni de conquistar paladares exigentes, sino de mantenerse a flote en un contexto hostil. Así, la creatividad que supo caracterizar a este sector da paso a la racionalización de costos y la eficiencia productiva.

Aunque muchos hablan del “fin del auge artesanal”, otros prefieren ver este momento como una reconfiguración. En lugar de una proliferación de bares y estilos, podría emerger un modelo más austero y resiliente, centrado en la producción local, en alianzas estratégicas y en una relación más directa con el consumidor.

El panorama aún es incierto. Lo que sí está claro es que la cerveza artesanal, como tantos otros sectores de la economía argentina, está enfrentando una dura prueba de sostenibilidad. Y solo aquellos que logren adaptarse a las nuevas condiciones del mercado –con ingenio, control de costos y cercanía con el cliente– podrán sobrevivir para seguir contando su historia.

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