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De la Luna a los corazones: el origen del Día del Amigo

Hay fechas que no necesitan grandes regalos ni fastuosos festejos para dejar una huella profunda en el corazón. El Día del Amigo es una de ellas. Es esa jornada en la que los abrazos, las palabras sinceras y los recuerdos compartidos cobran un valor especial. Pero, más allá del gesto de enviar un mensaje o compartir una copa, hay una historia que da aún más profundidad a esta celebración.

Corría el año 1969 cuando la humanidad se unía frente a las pantallas del mundo para presenciar un hecho sin precedentes: la llegada del hombre a la Luna. Neil Armstrong, seguido por Edwin “Buzz” Aldrin, pisaban por primera vez la superficie lunar. Ese paso gigantesco no solo marcó un hito científico, sino que, para un argentino llamado Enrique Ernesto Febbraro, también fue una señal poderosa de lo que los seres humanos pueden lograr cuando trabajan juntos.

Para él, aquel momento no era solo un avance tecnológico, sino una manifestación de unidad, cooperación y confianza: valores profundamente ligados a la amistad verdadera.Febbraro, locutor, odontólogo, profesor y miembro de la logia masónica, sintió una conexión especial con Aldrin, quien también pertenecía a esa hermandad.

Inspirado por ese lazo invisible que unía a los hombres, decidió proponer que cada 20 de julio —fecha de la llegada a la Luna— se celebrara en todo el mundo el Día del Amigo. Envió mil cartas a distintos países y recibió más de 700 respuestas positivas. Así nació una tradición que echó raíces especialmente en Argentina, pero que también fue adoptada en países como Uruguay, Chile, Brasil y España.

A diferencia del Día Internacional de la Amistad —impulsado en 1958 por la Cruzada Mundial de la Amistad desde Paraguay y oficializado más tarde por las Naciones Unidas—, el Día del Amigo propuesto por Febbraro tiene un trasfondo profundamente humano, casi poético: celebrar un valor eterno desde la perspectiva de un hito que unió al mundo por unos minutos en una misma emoción.

Hoy, cuando la tecnología acorta distancias y las palabras viajan más rápido que un cohete, el Día del Amigo sigue teniendo una fuerza simbólica enorme. Porque en medio de un mundo a veces dividido por ideologías, diferencias y distancias, la amistad sigue siendo un refugio, un abrazo sin condiciones, una forma de amor desinteresado.

El 20 de julio no solo recordamos un paso en la Luna, sino también ese pequeño y enorme gesto de un hombre que creyó que el cariño entre las personas merecía una fecha para ser honrado. Que creyó, como muchos de nosotros, que tener un amigo es uno de los mayores logros de la vida.

Hoy, brindemos por eso. Por quienes están, por quienes se fueron, por quienes están lejos y por quienes caminan a nuestro lado. Porque un amigo verdadero no necesita estar cerca para sentirse cerca. Y porque, al final del día, la amistad —como las estrellas en el cielo— siempre está ahí, aunque a veces no la veamos.

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