Search

De héroe a villano: la otra cara de la realidad policial en la Provincia de Buenos Aires

policia seguridad

La noticia impacta por su contraste. El mismo sargento de la Policía Bonaerense que hace poco más de un año fue celebrado como héroe por salvarle la vida a una niña de dos años en Bahía Blanca, hoy protagoniza un hecho vergonzoso: manejaba un patrullero bajo los efectos de la marihuana y chocó a otro vehículo. Su nombre es Braian De Giorgi, y su historia, más allá del juicio individual, expone una realidad mucho más profunda y preocupante: la fragilidad del sistema social, económico y psicológico que atraviesa a miles de trabajadores de la fuerza bonaerense.

Una fuerza al límite

Ser policía en la Provincia de Buenos Aires implica, para muchos, una existencia de alta exposición, bajos salarios, horarios extenuantes y escaso reconocimiento social. A eso se suman las condiciones estructurales de una institución que arrastra décadas de deterioro y desconfianza. En ese contexto, no sorprende que los límites entre el deber y la caída se vuelvan cada vez más difusos.

El caso de De Giorgi no debería mirarse con simplismo. Ni es sólo un “policía drogado que choca”, ni tampoco únicamente el “héroe que salvó a una nena”. Es un reflejo de cómo el sistema puede llevar al colapso a quienes están encargados de sostenerlo. Hoy fue un test de drogas positivo. Mañana podría ser una depresión no diagnosticada, una adicción silenciada o una reacción violenta. Y todo eso convive —en silencio— dentro de un uniforme.

El costo invisible del servicio

La salud mental de los trabajadores policiales sigue siendo un tema postergado. Pocos cuentan con contención psicológica, pese a estar expuestos a situaciones de altísimo estrés, violencia y dolor humano. Lo que para muchos es “parte del trabajo”, para otros se transforma en una carga que, sin ayuda profesional ni redes de cuidado, puede terminar mal.

Algunos canalizan esa presión en formas nocivas, como el consumo de sustancias, algo que —aunque inaceptable desde lo institucional— requiere ser interpretado también como síntoma. No se trata de justificar, sino de comprender.

La doble cara del reconocimiento

Resulta paradójico que De Giorgi haya pasado de ser tapa de los medios como salvador, a ser señalado por un error grave. ¿Qué ocurrió entre una escena y la otra? ¿Qué apoyo recibió? ¿Qué cambios hubo en su entorno, en sus condiciones de trabajo, en su salud? Preguntas que rara vez se hacen cuando el tratamiento mediático se limita al impacto inmediato.

Esto habla también del trato que damos como sociedad a nuestros servidores públicos: los exaltamos cuando nos conmueven y los desechamos cuando nos decepcionan. Pero en ninguno de los dos extremos parece haber espacio para la complejidad humana.

La urgencia de un cambio estructural

Lo sucedido esta semana debería servir como llamado de atención. Es necesario un abordaje profundo sobre las condiciones de trabajo en las fuerzas de seguridad: salarios dignos, formación continua, atención psicológica real y políticas de prevención de adicciones dentro de la institución. Si no se actúa en esa dirección, los errores individuales seguirán repitiéndose y la institución entera seguirá perdiendo legitimidad.

En definitiva, Braian De Giorgi es, al mismo tiempo, símbolo de lo mejor y lo peor que puede producir un sistema policial tensionado. Y su historia debería ser una invitación a mirar más allá de los titulares, para enfrentar de una vez el debate incómodo pero urgente sobre el cuidado de quienes, con aciertos y errores, están encargados de cuidarnos.

Compartir

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *