El número más bajo en dos años despierta dudas entre consumidores y economistas. ¿Por qué la estadística oficial choca con la realidad del changuito? El pasado miércoles, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) publicó el dato de inflación correspondiente a mayo de 2025: 1,5%, la cifra más baja desde principios de 2022. El anuncio fue celebrado por el Gobierno como un “hito del plan de estabilización” que lleva adelante el Ministerio de Economía desde la asunción del presidente Javier Milei.
Sin embargo, el dato fue recibido con escepticismo por buena parte de la sociedad. En redes sociales, la reacción fue casi inmediata: “¿Dónde está esa inflación? Porque en el supermercado los precios siguen subiendo”. La brecha entre los números oficiales y la percepción cotidiana del ciudadano común parece haberse ensanchado. ¿Se trata de una ilusión estadística, de un cambio real que aún no llega a los bolsillos, o de algo más complejo?
¿Qué mide el INDEC y por qué no coincide con lo que vemos?
Para comprender esta contradicción aparente, primero hay que entender qué mide exactamente el INDEC. El Índice de Precios al Consumidor (IPC) se construye a partir de una canasta de bienes y servicios representativa del consumo de los hogares argentinos. Esta canasta se releva en distintas zonas del país y se actualiza periódicamente.
El dato de inflación mensual surge del promedio ponderado de la variación de precios de esa canasta. En mayo, los rubros que más aumentaron fueron “Comunicación” (5,2%) y “Educación” (4,6%), mientras que “Alimentos y bebidas no alcohólicas”, el más sensible para los sectores medios y bajos, subió apenas 0,7%.
Sin embargo, la metodología del INDEC, aunque técnicamente sólida, no siempre refleja lo que vive el ciudadano promedio al momento de hacer las compras. La canasta incluye productos que pueden no representar con precisión los hábitos de consumo actuales —más aún en un contexto de ajuste y caída del poder adquisitivo— y muchas veces no capta con claridad las dinámicas de precios en comercios de cercanía, ferias populares o en la economía informal.
Los precios siguen subiendo, pero de otro modo
Un recorrido por supermercados de distintas zonas de Capital Federal y el conurbano revela una realidad distinta: productos que subieron entre un 5% y un 12% en el último mes, menor disponibilidad de ofertas, promociones que desaparecen y segundas marcas que ganan terreno. La diferencia entre inflación oficial y la inflación “percibida” se explica también por fenómenos como:
Reducción de envases o “shrinkflation”: se mantiene el precio, pero baja el contenido (menos gramos, menos litros).
Cambio de marcas: muchas familias reemplazan primeras marcas por segundas o terceras, lo cual distorsiona la comparación de precios intermensual.
Fuerte dispersión de precios: un mismo producto puede tener diferencias de hasta un 40% entre un supermercado, un autoservicio barrial y una plataforma online.
Cese de promociones masivas: grandes cadenas redujeron los descuentos por tarjetas o días especiales, lo que impacta directamente en el gasto mensual aunque no se refleje en el IPC.


Economía técnica vs. economía emocional
La inflación, más allá de su definición académica, también es un fenómeno psicológico. La sensación de que “todo sigue caro” persiste, aun si los aumentos son menores. Parte de esto tiene que ver con el rezago entre la desaceleración macroeconómica y su impacto tangible en el bolsillo.
“Lo que está pasando es que la inflación general puede haber bajado, pero el proceso de reacomodamiento relativo de precios todavía sigue. Y eso la gente lo siente porque son precisamente los precios que más consume los que siguen subiendo, aunque el promedio general baje”, explica la economista Marina Dal Poggetto, directora de Eco Go.
El fenómeno también tiene una dimensión política. Tras años de manipulación de estadísticas durante el kirchnerismo y la posterior recuperación institucional del INDEC, la confianza en las cifras oficiales sigue siendo frágil. En ese sentido, el número “1,5%” se transforma en un símbolo de disputa: para el oficialismo es prueba de éxito; para buena parte de la sociedad, una cifra que no encuentra sustento en la vida real.
El contexto: plan de ajuste y estanflación
El Gobierno de Milei ha logrado contener la inflación mensual, pero a costa de una fuerte recesión. La actividad económica cayó un 5,3% interanual en abril, y se espera una caída aún mayor en el segundo trimestre. El consumo interno se desplomó, el crédito está paralizado, y miles de pymes enfrentan ventas en mínimos históricos. En este escenario, los precios suben menos, sí, pero en parte porque hay menos demanda.
No se trata de una baja generalizada de precios sino de una combinación de recesión, pérdida de poder adquisitivo, y recomposición de márgenes por parte de empresas. “No estamos ante una desinflación sana. Esto es una estabilización a costa del empobrecimiento general. El número bajo de inflación no refleja una mejora del poder de compra, sino que estamos consumiendo menos, y peor”, advierte el sociólogo Luis Campos, del Instituto de Estudios y Formación (IEF).
Conclusión: la distancia entre el Excel y el changuito
La publicación del dato del 1,5% generó alivio en los mercados y optimismo en el Gobierno. Sin embargo, la persistencia de aumentos en alimentos, el encarecimiento relativo de servicios y el deterioro del consumo familiar hacen que ese alivio no se traduzca en bienestar social.
El desafío ahora es doble: mantener la baja de la inflación sin profundizar la recesión, y reconstruir la credibilidad estadística del Estado. Porque en la Argentina de 2025, no alcanza con que la inflación baje en los papeles: tiene que notarse también en la verdulería, la carnicería, la góndola y el sueldo.
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