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Perón y el peronismo: los ideales del líder y la enorme distancia con sus herederos

Por más de medio siglo, el nombre de Juan Domingo Perón ha sido sinónimo de una de las corrientes políticas más influyentes de la historia argentina. Sin embargo, tras su muerte en 1974, el movimiento que fundó se ramificó en diversas direcciones, a menudo contradictorias entre sí. Esto ha llevado a una pregunta esencial: ¿qué tan fieles han sido sus autodenominados herederos a los ideales del propio Perón?

La figura de Juan Domingo Perón es una de las más influyentes —y a la vez más disputadas— de la historia política argentina. Su irrupción en la vida pública nacional en la década de 1940 marcó un quiebre profundo en las estructuras de poder, en la relación entre el Estado y los sectores populares, y en la manera en que se concebía el rol de la política en la vida social.

Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, y luego como presidente de la Nación, Perón articuló una nueva alianza entre el Estado y las clases trabajadoras, promoviendo derechos sociales, participación política y protagonismo sindical, lo que daría origen a un movimiento de masas sin precedentes en el país: el peronismo.

A lo largo del siglo XX y hasta hoy, el peronismo ha demostrado una asombrosa capacidad de supervivencia y adaptación. Ha gobernado con orientaciones muy distintas —desde el estatismo de los años cuarenta hasta el neoliberalismo de los noventa, pasando por variantes populistas, progresistas, conservadoras y tecnocráticas—, sin dejar de invocar la figura de su fundador.

Sin embargo, esta plasticidad política también ha derivado en una paradoja: mientras más se diversificaron sus vertientes, más se diluyó el contenido doctrinario original. En muchos casos, quienes se proclamaron herederos de Perón promovieron políticas y prácticas abiertamente opuestas a sus ideas centrales.

Este artículo busca repasar los ideales fundacionales del pensamiento peronista, tal como fueron concebidos y defendidos por Juan Domingo Perón, y explorar las grandes distancias que lo separan de numerosos referentes políticos que, a lo largo del tiempo, se han presentado como legítimos representantes del movimiento.

Porque entender el verdadero ideario peronista no solo es clave para comprender la historia argentina contemporánea, sino también para analizar críticamente los usos —y abusos— que de ese legado se han hecho.

Los pilares del pensamiento peronista

Juan Domingo Perón construyó su ideología en torno a lo que llamó la “Tercera Posición”, una doctrina que rechazaba tanto el capitalismo liberal del mundo occidental como el comunismo soviético. En su lugar, propuso un camino nacional, justicialista, basado en tres grandes pilares: justicia social, independencia económica y soberanía política.

Justicia social: Perón impulsó una serie de reformas laborales y sociales destinadas a mejorar la vida de los trabajadores. Reconoció derechos laborales, estableció convenios colectivos, jubilaciones, aguinaldos y creó herramientas de movilidad social.

Independencia económica: Su gobierno promovió una industrialización sustitutiva, buscando romper la dependencia de la Argentina respecto a las potencias extranjeras. Nacionalizó los ferrocarriles, el Banco Central y otros sectores estratégicos.

Soberanía política: La autodeterminación nacional era clave para Perón. Quería un país fuerte, sin injerencias externas, y con capacidad de decidir su destino en un mundo bipolar. A estos ejes se sumaban valores como el antiindividualismo, el organismo social armónico y la centralidad del Estado como mediador y promotor del bienestar.

Las contradicciones del movimiento

Tras la caída del segundo gobierno peronista en 1955, el movimiento se mantuvo activo, pero sin conducción directa. A partir de entonces, comenzó un fenómeno que marcaría su historia: la creciente dispersión ideológica interna. Durante el exilio de Perón (1955-1973), convivieron dentro del movimiento sectores tan dispares como el sindicalismo ortodoxo y la juventud revolucionaria.

Ambas facciones se reclamaban legítimas continuadoras de su legado. Perón, astuto conductor, supo mantener cierta unidad en la ambigüedad, pero las diferencias eran irreconciliables. La izquierda peronista (como Montoneros) exaltaba al Perón “antiimperialista” y “revolucionario”, ignorando su profundo respeto por el orden y su visión jerárquica de la sociedad.

La derecha sindical y burocrática, en cambio, destacaba el orden, la autoridad y la disciplina, pero dejó de lado la justicia social activa y el protagonismo popular que Perón fomentó. Ambos sectores desdibujaron partes fundamentales de su doctrina para adaptarla a sus intereses. El propio Perón, en sus últimos años, criticó a los dos extremos. Advirtió contra la violencia revolucionaria y también contra el oportunismo de los burócratas enquistados en el aparato sindical.

El peronismo tras Perón: fidelidades y traiciones

Desde 1974 en adelante, el peronismo fue gobernado por interpretaciones y no por doctrina. Líderes tan distintos como Carlos Menem, Néstor Kirchner o Sergio Massa se han reivindicado peronistas, aunque en muchos casos sus políticas se alejaron notablemente del ideario original. Menem aplicó privatizaciones masivas y políticas neoliberales en los años 90, contrarias a la independencia económica y la justicia social propugnadas por Perón. El kirchnerismo, si bien rescató el rol del Estado y ciertas políticas redistributivas, también generó un fuerte culto a la figura del líder y una relación conflictiva con sectores que pedían pluralismo y diálogo, elementos que el último Perón también había promovido.

¿Qué queda del peronismo de Perón?

Hoy, el “peronismo” es más una identidad que una doctrina clara. Sobrevive como símbolo de arraigo popular, pero sus contornos ideológicos son difusos. A menudo se lo usa como instrumento de poder más que como una hoja de ruta política. La distancia entre Perón y algunos de sus autodenominados seguidores no es solo ideológica, sino también ética. Allí donde Perón pedía armonía entre capital y trabajo, muchos líderes peronistas profundizaron divisiones. Donde Perón promovía organización, varios sucesores cultivaron el personalismo. Donde el general hablaba de comunidad organizada, muchos practicaron la fragmentación.

Conclusión

El legado de Juan Domingo Perón está atravesado por tensiones. Fue un líder con ideas firmes, pero con capacidad táctica para adaptarse. Sin embargo, su pensamiento tenía una coherencia que muchos de sus supuestos herederos no mantuvieron. El desafío para el peronismo actual no es invocar el nombre de Perón, sino volver a pensar sus principios en clave contemporánea, sin traicionar su espíritu fundacional.

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