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Cómo salir del pozo del pensamiento negativo: “Todo me sale mal”

Hay días —y a veces rachas enteras— en las que parece que la vida no da tregua. Cometes un error tras otro, los planes se caen, y cada intento parece terminar peor que el anterior. Es entonces cuando aparece, casi como un susurro desalentador, ese pensamiento que se convierte en un peso difícil de cargar: “Todo me sale mal.”

Quizás no lo dices en voz alta, pero lo sientes. Lo llevás en el cuerpo, en la forma en que te movés, en la desgana con la que empezás el día. Esa frase empieza a repetirse como un eco que sabotea tus ganas, tu autoestima y tu confianza. Y lo más peligroso es que, cuando te lo repetís muchas veces, empezás a creértelo.

Pero esto es clave: pensar que todo te sale mal no significa que sea cierto. Es una forma de ver el momento, no una verdad sobre vos. Es una señal de que algo necesita atención, no una sentencia sobre tu destino. Este artículo no es una receta mágica para que todo cambie de un día para el otro, pero sí puede ser el primer paso para salir del pozo, ver las cosas con más claridad y recuperar tu poder personal.

1. Reconocé el pensamiento, pero no lo alimentes
Pensar “todo me sale mal” es una reacción emocional ante la frustración. Es válido sentirlo, pero no te conviene quedarte a vivir ahí.
Muchas veces, este tipo de pensamiento nace de la generalización: tuviste dos o tres días malos, y tu mente ya proyecta eso como una constante. Pero la realidad es más matizada.

Ejercicio práctico:
Hacé una pausa y escribí 3 cosas que hayas hecho bien en los últimos días. No tienen que ser grandes logros: puede ser haber cumplido con una responsabilidad, haber contenido a alguien o simplemente haber salido de la cama cuando no tenías ganas.
Ver lo positivo en lo pequeño te ancla en la realidad y rompe el patrón del “todo”.

2. Cambiá tu diálogo interno
Lo que te decís a vos mismo/a, moldea cómo te sentís y cómo actuás. Si te repetís que sos un desastre o que siempre fallás, eso condiciona tu comportamiento.
No se trata de mentirte con frases vacías. Se trata de hablarte con la misma compasión con la que tratarías a alguien que amás.

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Transformá tu lenguaje mental:
En vez de “soy un inútil”, decí: “cometí un error, pero puedo aprender”.
En vez de “todo me sale mal”, probá con: “estoy atravesando un mal momento, pero no define mi valor”.
La diferencia puede parecer sutil, pero su impacto es profundo.

3. Enfocate en lo que podés controlar
Una de las razones por las que nos sentimos abrumados es porque ponemos energía en cosas que no dependen de nosotros: el clima, lo que otros piensan, el pasado…
Centrarse en lo que sí está en tus manos es una forma de recuperar poder. A veces, eso empieza por cosas simples: ordenar tu espacio, respirar profundamente antes de reaccionar, establecer una rutina mínima, pedir ayuda.
Pequeñas acciones = grandes comienzos.

4. Hablá con alguien (no te aísles)
Cuando pensás que todo te sale mal, lo último que querés es exponerte. Pero hablar con alguien que te escuche sin juzgar puede ser el punto de inflexión que necesitás.
Buscar apoyo no es señal de debilidad, es un acto de fortaleza y amor propio. Ya sea un amigo, un familiar o un profesional, compartir lo que sentís te permite poner en palabras lo que duele —y eso ya es empezar a sanar.

5. Tus errores no te definen
Cometer errores no te convierte en un fracaso. Fallar no es sinónimo de ser inútil. Es parte natural de cualquier proceso de crecimiento.
De hecho, muchas personas que admirás seguramente tienen historias de caídas, frustraciones y reinvenciones. Lo que las hace fuertes no es que todo les haya salido bien, sino que no se rindieron cuando les salió mal.

Recordá esto:
➡ Un mal capítulo no arruina un buen libro. Y vos todavía estás escribiendo el tuyo.

Conclusión: Todo mal… ¿de verdad?
La próxima vez que sientas que todo te sale mal, hacete esta pregunta:
→ ¿Todo… o solo algunas cosas?
Tu mente puede exagerar, pero vos tenés el poder de cuestionarla. Podés pausar, respirar, tomar perspectiva y empezar de nuevo. Cada día es una nueva página. Y si hoy estás de pie, incluso con dudas, eso ya habla de tu fuerza.
No estás solo/a. No estás roto/a. Estás en proceso. Y eso está bien.

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