En cada rincón de nuestra región hay nombres que no necesitan presentación. Nombres que resuenan como ecos de un pasado y presente que no se resigna a ser olvido, porque con todos sus años y quizás alguno ya no esté entre nosotros, siguen vivos en la memoria del pueblo, en el lomo del caballo criollo, en el polvo de la jineteada y en cada mate compartido a la sombra de un ombú.
Sabemos que algunos ya han fallecido y quizás alguno aún esté entre nosotros. Por ello, hoy queremos rendir homenaje a esos paisanos de alma grande: Mingo y Zacarías Silvera, Hugo y Ramón “Tito” Gardiner, y Héctor “Chupa” Goñi. Hombres del campo, hombres de a caballo, defensores incansables de nuestras tradiciones.
Mingo y Zacarias, paisanos serenos, supieron enseñar con el ejemplo. De palabras justas y sabiduría de monte, fueron de esos que no necesitan levantar la voz para hacerse respetar. Amantes del caballo como pocos, entendían al animal con solo mirarlo. Lo suyo no era el espectáculo, era la conexión profunda con lo nuestro. Cada vez que entraban al campo de doma, parecía que el tiempo se detenía. No había apuro, solo respeto. Ellos no solo domaban caballos: domaban el olvido.
Zacarías Silvera y su hermano, dos emblemas inseparables del sentir tradicionalista. Hijos del campo y herederos de una pasión que trasciende generaciones. Los Silvera eran de esos que ponían el hombro para armar una jineteada, pero también el corazón para defender el legado gaucho. Su presencia en fiestas criollas, peñas y domas era sinónimo de autenticidad. Siempre dispuestos a compartir un consejo o una anécdota, hacían patria en cada encuentro.
Hugo y “Tito” Gardiner, hermanos de sangre y de coraje. Cabalgaron la vida con el mismo orgullo con el que se plantaban en el palenque. “Tito”, con su estampa recia y su pasión por las domas, se ganó el respeto de todos …
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… los que alguna vez pisaron un campo de jineteada. Hugo, compañero de todas las andanzas, compartía ese amor profundo por lo criollo. En ellos vivía la tradición, pero también la fraternidad y la simpleza del hombre de bien.
Y Héctor “Chupa” Goñi, figura querida si las hay. De sonrisa franca y manos curtidas por el trabajo, era imposible no quererlo. “Chupa” fue uno de esos tipos que hacía sentir a todos como en casa. Donde había un caballo, ahí estaba él; donde se armaba una guitarreada, también. Amigo de todos, domador de los bravos y jinete del alma. Supo dejar huella no solo en el campo, sino en el corazón de quienes lo conocieron.
Estos hombres no fueron solo paisanos: fueron centinelas de nuestra identidad, guardianes del legado que nos hace quienes somos. En cada uno de ellos vivió el amor por la tierra, el respeto por el caballo, la dignidad del trabajo honesto, y el compromiso con una cultura que aún late fuerte en Coronel Suárez y la región.
Hoy, cuando el mundo cambia tan rápido y lo auténtico parece diluirse, su ejemplo se vuelve aún más valioso. No para mirarlo con nostalgia, sino para tomarlo como guía. Que no se apague el fogón de nuestras tradiciones, que no se silencie el relincho de nuestros caballos, que no se olvide el nombre de los hombres buenos.
A los Silvera, los Gardiner, y el querido “Chupa” Goñi, gracias. Gracias por mantener viva la llama del ser criollo. Su legado no se encierra en una fecha ni en una doma: vive en cada joven que se calza las botas de potro con orgullo, en cada niño que aprende a ensillar, en cada paisano que honra sus raíces. Porque mientras haya quienes recuerden y sigan su camino, la tradición no morirá jamás.

