En cada pueblo hay personas que trascienden el tiempo, el lugar y las palabras. Sergio Burbag fue una de esas almas luminosas que no solo vivió en Coronel Suárez, sino que habitó en el corazón de su gente. Hoy, su partida deja un silencio hondo, pero también una huella imborrable en todos los que lo conocieron.
Curandero de cuerpos, sí. Hombre de manos sabias, de conocimiento ancestral y de una conexión única con lo esencial. Pero, sobre todo, curandero de almas. Porque Sergio no solo atendía dolencias físicas: escuchaba, abrazaba, comprendía. Y a veces, sin decir mucho, lograba aliviar cargas que pesaban más que el dolor mismo.
Era un vecino de esos que siempre están. En los buenos momentos, celebrando con alegría ajena como si fuera propia. Y en los malos, acompañando en silencio o con la palabra justa, con esa mirada profunda que parecía verlo todo sin juzgar nada. Tenía el don de la presencia: cuando uno hablaba con él, sentía que el mundo se detenía un poco.
Sergio fue amigo de todos. No importaba el apellido, el origen ni la historia. Su corazón no conocía fronteras, y su generosidad era desbordante.
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Muchos lo buscaban por necesidad, pero volvían una y otra vez por el afecto, por el consejo, por esa sensación única de sentirse en casa.
Su nombre ya era conocido en toda la región. No por ostentación, sino porque su obra hablaba por él. Porque el boca en boca lo convirtió en leyenda viva, y quienes lo conocieron sabían que había algo especial en su manera de estar en el mundo: humilde, entregado, profundamente humano.
Hoy, Coronel Suárez despide a un hombre bueno. A un servidor silencioso, a un hermano de la vida, a un sanador de espíritu. Nos queda el consuelo de haberlo tenido, de haber compartido con él charlas, mates, anécdotas y lágrimas. Nos queda su ejemplo: vivir con el corazón abierto, ayudar sin esperar nada a cambio, y confiar en que el amor siempre tiene la última palabra.
Gracias, Sergio Burbag, por tu paso por esta tierra. Gracias por todo lo que diste. Ahora que ya no estás físicamente, tu luz sigue brillando en cada persona a la que tocaste con tu bondad. Que la tierra te sea leve. Aquí, tu memoria será eterna.

