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La parábola de El Eternauta: un cerebro político y los obreros del sometimiento

La parábola de El Eternauta: un cerebro político y los obreros del sometimiento

El Eternauta, la célebre historieta escrita por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López, de estreno actualmente en la plataforma de streaming Netflix y de gran suceso, no es solo una obra fundacional de la ciencia ficción argentina: es, también, una potente alegoría política. Publicada por primera vez entre 1957 y 1959, esta saga que narra una invasión alienígena en Buenos Aires se convirtió en una clave de lectura de las tensiones sociales, el autoritarismo y la lucha de clases que marcaron la historia argentina y latinoamericana del siglo XX.

Entre los símbolos más potentes de esta parábola política se encuentra la figura del “cerebro” —una entidad mental que domina sin exponerse— y los obreros, que ejecutan mecánicamente sus órdenes sin cuestionar. Esta estructura de poder se convierte en una imagen clara de los regímenes autoritarios, las burocracias dominantes y las formas de alienación que el poder ejerce sobre los pueblos.

El “Ello” y la cadena de mando del poder invisible

En la historia de El Eternauta, la invasión no se da por enfrentamientos cara a cara. Los enemigos no se muestran, sino que delegan. La cadena de control comienza con el “Ello”, una entidad superior y lejana que nunca aparece directamente. Luego vienen los “cerebros”, criaturas que actúan como nodos de mando, capaces de controlar mentalmente a otros seres. Uno de estos cerebros dirige a los “Manos”, una especie alienígena esclavizada que a su vez comanda a los “cascarudos”, autómatas biológicos de combate.

Este esquema piramidal remite a una estructura verticalista del poder donde el verdadero dominador nunca se expone. El “Ello” representa el poder absoluto y despersonalizado —una metáfora posible del imperialismo, de las grandes corporaciones o del poder militar global que actúa en las sombras. Los cerebros, por su parte, son los intermediarios que ejercen la conducción ideológica: dirigentes, burócratas, jefes políticos o militares que mantienen al resto de la sociedad bajo control. Finalmente, los Manos y los cascarudos simbolizan a los obreros o soldados alienados, ejecutores de una voluntad ajena.

La alienación y la obediencia ciega

En el corazón de esta estructura está el concepto de alienación: la separación entre quien ejecuta y quien decide. Los Manos no luchan por su causa, ni siquiera saben si tienen una. No piensan, no deciden, no cuestionan. Son instrumentos. El cerebro ha colonizado no solo su cuerpo, sino su voluntad. Y esa colonización no se da con látigos ni cárceles, sino con control mental: el poder entra en la mente, borra la autonomía y convierte a la persona en engranaje.

Oesterheld utiliza esta imagen para mostrar cómo los regímenes totalitarios, o incluso las democracias vaciadas de contenido, convierten a las masas en herramientas. La obediencia se vuelve una forma de violencia que los sometidos ejercen contra sí mismos sin siquiera saberlo. En esta lógica, el poder no necesita imponerse por la fuerza: alcanza con sembrar el miedo, la necesidad o la ideología.

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El héroe colectivo contra el poder vertical

Frente a este sistema de opresión, El Eternauta propone un concepto clave: el héroe colectivo. Juan Salvo no es un elegido ni un iluminado. Es un hombre común que se organiza con otros hombres comunes. Es parte de una comunidad que resiste, que colabora, que se defiende en conjunto. En palabras del propio Oesterheld: “El verdadero héroe de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano”.

Este colectivo lucha contra un enemigo que lo supera tecnológicamente, que lo domina desde las sombras, que lo quiere convertir en pieza. La resistencia no se da con las armas solamente, sino con la conciencia. La toma de conciencia es el primer paso para romper la cadena de dominación: saberse oprimido, saberse manipulado, saberse engranaje es el primer acto de rebelión.

La lectura política de Oesterheld y su destino

A medida que pasaron los años, Oesterheld fue radicalizando la carga política de sus obras. En la versión de El Eternauta de 1976, directamente escrita en el marco de su militancia en Montoneros, el mensaje es más claro y militante: la lucha armada contra la dictadura y el imperialismo se vuelve el nuevo eje.

La figura del cerebro dominante cobra aún más sentido en ese contexto: es la Junta Militar, son los Estados Unidos, es el FMI, es todo aquello que decide sin exponerse, que oprime sin que se vean las cadenas. Los obreros que ejecutan tareas sin saber a quién sirven son los soldados conscriptos, los burócratas que firman decretos de muerte, los periodistas que repiten la versión oficial. Todos, en mayor o menor medida, cascarudos modernos bajo el control mental de un poder que ni siquiera saben nombrar.

Oesterheld fue desaparecido por la dictadura en 1977. Sus hijas también fueron asesinadas o desaparecidas. Su figura se convirtió en un símbolo del intelectual comprometido y del artista que elige no callar frente al horror. El Eternauta pasó de ser una historieta popular a ser una obra de resistencia.

Conclusión: un mensaje vigente

El Eternauta no habla solo del pasado ni de un futuro distópico. Habla de hoy. En una época donde los algoritmos manipulan nuestras decisiones, donde las fake news moldean nuestras opiniones, donde el poder financiero decide más que el voto, el cerebro invisible sigue presente. El Ello es ahora un sistema global de intereses; los cerebros son los CEOs, los lobbistas, los dirigentes funcionales; los cascarudos somos todos nosotros, si no despertamos.

La historieta de Oesterheld no es solo una aventura: es una advertencia. Un llamado a la conciencia, a la organización, a la rebeldía. Nos dice que la verdadera libertad no es individual, sino colectiva. Que resistir es pensar, es cuestionar, es no obedecer por reflejo. Que todavía hay cerebros que dominan, pero también eternautas que resisten.

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