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Es imposible ilusionarse con un país rico por su larga y quizá eterna historia de saqueos

¿Los argentinos tendremos participación en las ganancias que generen la energía y minería o solo se la repartirán los políticos y amigos del poder? Argentina se sienta sobre un tesoro. Desde el litio del norte hasta el gas de Vaca Muerta, pasando por reservas de oro, plata, cobre y una capacidad energética aún no explotada del todo, el país parece tener todo para salir adelante. Sin embargo, la pregunta que se repite, cada vez que se anuncia un nuevo acuerdo con multinacionales o se firma una concesión millonaria, es siempre la misma: ¿Esto nos beneficia a todos o es un negocio para unos pocos?

Un país rico, pero con una historia de saqueo
Durante décadas, los recursos naturales de la Argentina fueron explotados bajo un modelo que, en teoría, debía traer inversiones, empleo y desarrollo. En la práctica, muchas veces trajo contratos poco transparentes, beneficios fiscales excesivos para las empresas, y una distribución de las ganancias que dejó al ciudadano común mirando desde afuera.

Las provincias, dueñas del subsuelo según la Constitución, firman acuerdos con empresas extranjeras y nacionales. Pero, ¿cuánto de lo que se extrae vuelve realmente en escuelas, hospitales, rutas o energía más barata? ¿Y cuánto queda atrapado en una maraña de retornos políticos, consultoras truchas, fundaciones pantalla y funcionarios con cuentas offshore?

Energía y minería: los números que no se discuten
En el caso del litio, Argentina forma parte del famoso “Triángulo del Litio”, junto con Bolivia y Chile. Sin embargo, mientras Bolivia creó una empresa estatal que lidera la producción con control soberano, en Argentina los proyectos son, en su mayoría, controlados por empresas extranjeras con regalías ridículas, muchas veces del 3% sobre el valor en boca de mina. Es decir: una migaja.

Con Vaca Muerta ocurre algo similar. Se celebra la inversión privada, pero poco se discute sobre cómo se reparte el negocio. El gas y el petróleo salen del suelo argentino, pero ¿cuánto baja la factura de luz o gas para el usuario? ¿Cuánto empleo genuino y de calidad se crea? ¿Cuántas de esas ganancias se reinvierten en ciencia, educación o infraestructura?

El problema no es el recurso, sino el modelo
No se trata de estar en contra de la inversión privada. El problema es la falta de un modelo que garantice que esa riqueza se traduzca en bienestar general. Mientras no haya transparencia en los contratos, auditorías independientes, participación ciudadana y beneficios palpables para las comunidades, la percepción de saqueo seguirá creciendo. Y con razón.

¿Qué se puede hacer?
Transparencia contractual: Publicar todos los contratos de concesión y exigir cláusulas de desarrollo local y ambiental.
Regalías razonables: Subir el porcentaje que queda en el país y atarlo al valor real del producto en los mercados internacionales.
Fondo soberano: Crear un fondo nacional para administrar parte de las ganancias y destinarlas a salud, educación y transición energética.
Control ciudadano: Comisiones mixtas con participación de universidades, ONGs y vecinos para auditar los proyectos.

Conclusión: La riqueza está, ¿la voluntad política?
Los recursos están ahí. La tecnología, también. Pero si el modelo sigue siendo el de amigos del poder haciendo negocios con empresas que vienen a llevarse todo sin dejar casi nada, el resultado será siempre el mismo: pobreza en tierras ricas. Los argentinos tenemos derecho a participar de esa riqueza. No como espectadores, sino como beneficiarios legítimos de un país que, si se lo propone, puede dejar de ser saqueado para empezar a construirse en serio.

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