De Buenos Aires a Nueva York: a un siglo de la proeza de los caballos criollos Gato y Mancha. En abril de 2025 – Hace exactamente cien años, dos caballos criollos argentinos emprendieron una de las travesías más increíbles jamás registradas: un viaje de más de 21.000 kilómetros desde Buenos Aires hasta Nueva York.
A lomos del aventurero suizo Aimé Félix Tschiffely, Mancha y Gato desafiaron la geografía del continente americano, el escepticismo de la época y las propias leyes de la naturaleza. Hoy, su gesta es leyenda, orgullo criollo y emblema de resistencia.
Un sueño a contramano del tiempo
En 1925, la Argentina vivía un auge agroexportador, en pleno período conocido como la “década infame”, en un país donde la modernidad urbana comenzaba a imponerse sobre el imaginario rural. Fue en ese contexto que Aimé Félix Tschiffely, un suizo afincado en Buenos Aires y dedicado a la docencia, propuso una idea tan desmesurada como romántica.
La idea era unir América del Sur con América del Norte a caballo, en un viaje que atravesara selvas, montañas, desiertos, y más de una veintena de países. Nadie le creyó. Veterinarios aseguraron que los animales no resistirían más de mil kilómetros. La prensa lo trató de iluso. Pero Tschiffely tenía un as bajo la manga: el caballo criollo argentino.
Los caballos de la tierra
Mancha y Gato no eran caballos finos ni jóvenes. Criados por el célebre estanciero Emilio Solanet en su estancia “El Cardal” de Ayacucho, estos ejemplares descendían directamente de los primeros caballos traídos al continente por los conquistadores españoles en el siglo XVI. Forjados durante siglos en la intemperie, resistiendo el viento patagónico, el calor chaqueño y el hambre del desierto, los criollos eran símbolo de rusticidad, nobleza y aguante. Tschiffely eligió a Mancha y Gato justamente por su edad avanzada —15 y 16 años, respectivamente— y su experiencia en el campo. No eran veloces, pero sí incansables.
La odisea americana
El 24 de abril de 1925, la travesía comenzó en Buenos Aires. Lo que siguió fue una épica digna de los grandes relatos de exploración:
En Bolivia, enfrentaron alturas superiores a los 5.800 metros sobre el nivel del mar, superando el paso de El Cóndor.
En Perú, debieron lidiar con el desierto costero y las estribaciones andinas.
En Colombia y Centroamérica, cruzaron selvas espesas, con lluvias interminables y enfermedades tropicales.
En México, sorteando la Sierra Madre, fueron recibidos como héroes por comunidades rurales que se reconocieron en el espíritu gaucho del jinete.
En Estados Unidos, fueron escoltados por la policía montada en varias ciudades, y recibidos con honores en Washington D.C. y luego en Nueva York.
Después de tres años y cuatro meses, el 20 de septiembre de 1928, Tschiffely llegó a Nueva York montado en Mancha, con Gato al lado. La ciudad los recibió con honores. Calvin Coolidge, presidente de EE. UU. en ese entonces, los recibió en la Casa Blanca.
Más que un viaje: una reivindicación cultural
La hazaña tuvo un doble objetivo: demostrar la extraordinaria resistencia del caballo criollo, y rendir homenaje a la figura del gaucho, ese jinete anónimo que representa la libertad, la conexión con la tierra, y el espíritu indomable de la Argentina rural. Tschiffely lo entendió desde el primer día.
En sus propias palabras, “la travesía no fue solo un viaje físico, sino una demostración moral de lo que puede lograrse con confianza, determinación y respeto por lo propio”. En tiempos donde el campo comenzaba a ser desplazado por la modernidad, el mensaje fue potente: el criollo —hombre y caballo— todavía tenía algo que decir.
El legado, cien años después
Hoy, los restos embalsamados de Mancha y Gato descansan en el Museo Criollo de los Corrales, en el barrio porteño de Mataderos. El diario de viaje de Tschiffely fue publicado en varios idiomas y se convirtió en una pieza clave de la literatura de viajes del siglo XX. Su historia sigue viva en libros, documentales, murales, y relatos orales que se transmiten de generación en generación.
Con motivo del centenario, la Asociación de Criadores de Caballos Criollos ha organizado exposiciones, charlas, reediciones de libros y una cabalgata homenaje que recorre parte del trayecto original, desde Ayacucho hasta Mendoza. También se impulsa un proyecto para declarar el viaje como Patrimonio Cultural Inmaterial, en homenaje a su valor simbólico para la identidad sudamericana.
Una gesta que todavía galopa
Un siglo después, la proeza de Mancha y Gato no ha perdido su fuerza. Es una historia que combina naturaleza, cultura, resistencia y humanidad. Que nos recuerda que, a veces, los grandes logros no vienen de la velocidad ni del lujo, sino del coraje de los que se animan a ir lejos con lo que tienen cerca.
En tiempos de hiperconectividad y prisa, el viaje de estos dos caballos y su jinete suizo suena casi imposible. Pero ahí está, documentado, celebrado y, sobre todo, sentido por quienes todavía creen que lo más valioso que tenemos es aquello que camina con nosotros —paso a paso— sin rendirse jamás.
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