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Con violencia y patoterismo no tendremos un mejor país que todos queremos

Con violencia y patoterismo no tendremos un mejor país que todos queremos

Los eventos ocurridos el sábado 1 de marzo de 2025 en el Congreso de la Nación Argentina han encendido las alarmas sobre la creciente polarización y el uso de la violencia en el ámbito político. Durante la apertura de las sesiones ordinarias, el presidente Javier Milei presentó propuestas que generaron controversia, incluyendo la posibilidad de que Argentina abandone el Mercosur para firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos.

El ambiente dentro del recinto se tornó tenso cuando el diputado radical Facundo Manes levantó un ejemplar de la Constitución Nacional en señal de protesta, recordando que Milei había designado jueces por decreto en el pasado. Esta acción provocó una respuesta directa del presidente desde el estrado, lo que exacerbó los ánimos en el recinto.

Posteriormente, Manes denunció haber sido agredido físicamente por un asesor del gobierno, lo que fue calificado por la Unión Cívica Radical como un avance del autoritarismo. El presidente Milei desmintió estas acusaciones, compartiendo un video en sus redes sociales y calificando al diputado de “mentiroso”. Fuera del Congreso, la situación no fue menos preocupante. Se registraron cacerolazos y enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad, resultando en detenidos y heridos. Estos incidentes reflejan el clima de tensión social y política que atraviesa el país.

La violencia y el patoterismo no son el camino para la reconstrucción de Argentina. La democracia se fortalece mediante el diálogo respetuoso, la tolerancia y el respeto a las instituciones. Es esencial que los líderes políticos y la ciudadanía en general rechacen cualquier forma de violencia y trabajen juntos para construir un país más justo y equitativo.

Los acontecimientos ocurridos en el Congreso de la Nación Argentina son una muestra preocupante de cómo la crispación política y la intolerancia pueden derivar en situaciones de violencia y agresión. La democracia no solo se basa en el ejercicio del voto, sino en el respeto a las instituciones, el diálogo constructivo y la resolución pacífica de los conflictos. Cuando estos principios se ven amenazados por el uso de la fuerza, el insulto y el patoterismo, se deteriora la calidad democrática y se profundizan las divisiones dentro de la sociedad.

Lo que sucedió en el Congreso no es un hecho aislado, sino un reflejo de un clima de enfrentamiento que se ha ido gestando en los últimos años. La política argentina ha estado marcada por la polarización extrema, donde el adversario no es visto como un contrincante con ideas diferentes, sino como un enemigo a destruir. Esta lógica de confrontación ha llevado a que el debate público esté cargado de agresividad, desprecio y descalificación, tanto dentro de las instituciones como en las calles.

La supuesta agresión sufrida por el diputado Facundo Manes y las tensiones dentro del recinto legislativo no pueden ser tomadas a la ligera. Si bien hay versiones encontradas sobre lo sucedido, lo cierto es que el solo hecho de que se haya instalado la posibilidad de un episodio de violencia física dentro del Parlamento es un síntoma grave de la degradación del debate político. Las instituciones democráticas deben ser el ámbito donde se expresen las diferencias con argumentos, no con golpes ni con intimidaciones.

Del mismo modo, los incidentes fuera del Congreso reflejan un descontento social que no puede ser ignorado. Los cacerolazos y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad muestran que existe una parte de la población que se siente excluida del debate y que encuentra en la protesta su única forma de expresión. La violencia nunca es justificable, pero tampoco puede ser ignorada la raíz del malestar que la genera. En una democracia sana, la política debe ser capaz de canalizar esos reclamos dentro del marco institucional, no en la confrontación en las calles.

La responsabilidad de los líderes políticos

En este contexto, la responsabilidad de los líderes políticos es fundamental. No se trata solo de rechazar la violencia con palabras, sino de predicar con el ejemplo. La agresión verbal, la descalificación permanente y la demonización del otro son formas de violencia simbólica que terminan abonando el terreno para que la violencia física se vuelva una posibilidad real. Si los máximos referentes de la política no promueven el diálogo y el respeto, difícilmente la sociedad podrá encontrar un camino de convivencia pacífica.

El presidente Javier Milei tiene una enorme responsabilidad en este sentido. Su estilo confrontativo y su discurso contra lo que él llama “la casta política” han calado hondo en una parte de la sociedad, que ve en él un líder dispuesto a desafiar el statu quo. Sin embargo, gobernar no se trata solo de desafiar, sino de construir. La reconstrucción de Argentina no puede hacerse desde la imposición ni el conflicto permanente, sino desde la generación de consensos. La política de la descalificación y el enfrentamiento solo llevará a mayor desgaste y tensión social.

El camino hacia una Argentina mejor

Si Argentina quiere salir de la crisis política, económica y social en la que está inmersa, debe dejar atrás la lógica del enfrentamiento y apostar por una cultura del diálogo y el respeto. Esto no significa que no haya debates ni diferencias, sino que deben ser abordadas desde el marco de la civilidad y el respeto por las instituciones.

Es momento de que la sociedad en su conjunto rechace la violencia en todas sus formas y exija a sus representantes una actitud acorde a la responsabilidad que ostentan. Solo así se podrá avanzar hacia una Argentina donde el debate sea constructivo y donde las diferencias no se resuelvan con patoterismo, sino con ideas y proyectos que beneficien a todos.

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